Acierta el politólogo Carlos Meléndez cuando señala que fujimorista se ha convertido en una mala palabra. Añadiríamos insulto y hasta lisura. A quienes toman cierta distancia de este gobierno y tienen dudas legítimas se les espeta el mote de fujimoristas, buscando agraviar y descalificar a los suspicaces. Poco importa que este movimiento haya sacado ocho millones y medio de votos en la pasada elección, y otro tanto en la del 2011. La respuesta de las urnas provoca, principalmente en sectores de clases altas y medias, una reacción espeluznante; a saber: es gente ignorante. O sea, se trata de un voto de medio pelo.
Es una actitud antidemocrática y hasta ‘fascistoide’. No se tolera la existencia de los naranjas. Varios medios y ciertos políticos hacen de esto una profesión y una persecución. Se evidenció con el linchamiento atronador contra Juan Díaz Dios, ex congresista fujimorista. Su contratación en Contraloría, vía concurso, creó un delirio, convirtiéndolo en un monstruo de corrupción y de influencias malignas para un cargo francamente menor, hasta intrascendente. Ojo, la ley no impide al funcionario público la militancia política.
Este odio líquido lo aceitó el gobierno de Humala manteniendo a medios con la plata nuestra para este propósito. Si este régimen continúa con ello, contribuirá a la nefasta división del país y al desborde de la irracionalidad. El cargamontón es pernicioso para la vida democrática. Mire nomás lo que sucedió con la joven a quien hubo que amputarle las extremidades.
Cómo no conmoverse con el caso. Pero desprestigiar y acusar a los galenos es una inaceptable montonera. Fue un alud de injurias. La ignorancia es atrevida, la que tiene poder es mortífera para nuestra sociedad. Probablemente estas líneas nos colgarán el mote de fujimorista. Nos vale un pepino. Si amerita decir algo, exclamaremos: tampoco, tampoco. Respetos guardan respetos.
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