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Opinión

Juan José Garrido,La opinión del director
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Distintos correos y llamadas telefónicas han reabierto el debate del lobbismo en el Perú. Para unos, la actividad está reñida –de plano– con la transparencia y el principio de igualdad: la cercanía personal de algunos profesionales con la administración pública no se debe aprovechar para acelerar procesos que de otra manera seguirían un trámite regular. Ese beneficio, entre otros, supone una ventaja que otros no tienen.

Para otros, no existe beneficio en tanto lo que se busca no es conseguir una ventaja adicional, sino acceder a un derecho que el Estado limita a través de su maraña regulatoria. En otras palabras, se escriben esos correos y se hacen esas llamadas para agilizar algo que está en el derecho de la empresa y cuya demora perjudica económicamente; el cabildeo no busca un “beneficio irregular”, sino lograr que “el trámite regular” sea, en efecto, regular.

Antes de saltar a las conclusiones apasionadas, revisemos nuestra realidad: en el Índice de Competitividad (sobre 144 economías) aparecemos en el puesto 81 en pagos irregulares y sobornos, en el puesto 100 en favoritismo en las decisiones de oficiales gubernamentales, en el 127 en peso regulatorio, en el 115 en comportamiento ético de las empresas, y en el 101 en días para empezar un negocio; en otras palabras, el lobbismo en nuestro país es una práctica regular y existen explicaciones regulatorias. Ambos lados tienen razón y culpa; de otra manera no estaríamos al fondo de la tabla en ética corporativa y peso regulatorio.

¿Qué hacer? Pues la respuesta cae por peso propio: primero partamos por minimizar la maraña regulatoria. En esto no debe existir duda. Lo segundo es paralizar estos beneficios porque la ley y las reglas deben ser iguales para todos, nos guste o no; si se demoran mucho o no, pues es un costo que se asume al hacer negocios en el Perú. Pero no le hacemos bien a nuestra institucionalidad si algunos encuentran atajos y otros no.


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