Una de las fortalezas más importantes del fujimorismo –y, por lo tanto, de Fuerza Popular– es la idea más o menos generalizada de que serán capaces de “poner orden” porque no se hacen problemas para poner la “mano dura”. Y siendo la seguridad ciudadana un asunto tan delicado y tan importante para la opinión pública, un discurso apoyado en una narrativa como la descrita vende bien en el Perú.
Si en algún momento la sensación que tiene la ciudadanía sobre la seguridad ciudadana “mejora”, es decir, si la gente percibe que roban menos, que salir a la calle con el celular en la mano es menos riesgoso; ese rasgo autoritario perderá peso frente a otras opciones políticas de fuera, pero también de dentro del partido. Lo decíamos la vez pasada: Kenji parece auténtico, se ríe, es empático, cae bien; como su papá. No tengo idea de si es genuino, pero hablamos de percepciones.
En ese mismo orden, ¿qué porcentaje de quienes votaron por Kenji, por cualquiera de las razones anteriores, votaría por él para hacerse cargo de la seguridad de su barrio o de sus hijos? Dentro de su propia bancada, hay quienes minimizan sus opiniones e incluso lo llaman al orden, como si se tratara de un muchacho malcriado. Kenji carece –hasta ahora– del rasgo autoritario que sí posee su hermana y, en ese sentido, Kenji tiene una desventaja grande frente a ella mientras la seguridad siga estando entre las dos principales preocupaciones de la ciudadanía.
Puesto de otra manera, no tiene nada de paradójico que a Kenji Fujimori le convenga que la gestión de Basombrío al frente del Ministerio del Interior tenga éxito. Cuanto menos importante sea el rasgo autoritario, las demás características de Keiko y de Kenji adquirirán mayor peso relativo. Y eso es mejor para Kenji.
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