Colgarse de la situación económica para empujar una subordinación con disfraz de amiste como la única salida a una posible crisis o recesión inminentes, puede funcionar.
En términos de prioridades, casi cualquier valor está subordinado –otra vez la palabrita– a la percepción del bienestar propio. Y escribo percepción porque, en el mediano y largo plazo, el bienestar del conjunto favorece a los individuos más que el beneficio excluyente de cada uno. Pero también vivimos en un mundo en el que, pese a la evidencia en contra, aún hay quienes creen que la sumatoria de las miserias individuales crea círculos virtuosos y otros que el arcoíris sale cuando algún dios está contento. Pasu.
El asunto es que, como leímos y escuchamos la semana pasada, indultar a Fujimori es bueno para el país; primero, porque nos va a reconciliar, porque hay que ponerle alto al “odio” –y ese es un feo sentimiento–, porque ya pasaron muchos años, porque la calma (¿?) así lograda le va a dar confianza a los inversionistas y porque de ese modo el gobierno se va a poder poner a trabajar para reactivar la economía y hacerla crecer para que esta pueda incorporar a la mano de obra que se gradúa de PEA cada año.
Estas son, todas, suposiciones sin fundamento ni garantías. La tendencia de la economía global es decreciente (al punto que creciendo 2.5% este año estaremos entre los punteros), los precios de las materias primas que pagan las cuentas se mantienen y son la mitad del pico que alcanzaron entre 2008 y 2011; y las medidas que pueda tomar el gobierno para encender el motor anticíclico no dependen de que PPK le haga guiños a la Mototaxi o libere a AFF (porque no, no son lo mismo).
Nos toca aguantar la respiración o esperar a que la gente se harte y salga a la calle por azúcar o por indulto.
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