Nos premian al presidente del BCR (¡dos veces!), nos premian a los ministros de Economía. A veces hasta nos premian esas cosas que algunos piensan que no son necesarias, como los programas sociales de ayuda a los menos favorecidos. Exportamos cada vez más cosas: desde nuestra comida que incluye ingredientes para hacer cebiche con exceso de kion, leche que no es realmente leche y pisco con pasaporte falso hasta piedras en barco en forma de láminas de metal. Pero no hemos dejado de ser Bangladesh. Aquí hay gente que trabaja 12 horas diarias encerrada en un contenedor por 20 soles y que va al baño en botellas. Gente que sube containers a la azotea de un edificio y los alquila sin que las autoridades se den por enteradas. Y esa gente que gana 20 soles al día encerrada 12 horas en el container, aunque tenga 15 años, se cocina y se muere y nadie la puede salvar porque, aunque los bomberos nos regalen su vida y su tiempo, no hay presupuesto y no puede hacer un hueco en el metal a punta de voluntad.
Y no se trata de decisiones libres pues es un país con 70% de informalidad y universidades e institutos que venden títulos sin conocimientos, la productividad que puede ofrecer la “mano de obra” es bajísima, lo mismo que el precio al que puede aspirar por su trabajo. Tampoco se trata de informalidad versus formalidad: la empresa responsable de las muertes en container es formal. Y hay cientos de empresas enormes y “formales” que violan la ley y esconden a los trabajadores en el baño cuando llegan los inspectores de la Sunafil. Empresas formales que han convertido al delito y la trampa en su modo de operar (Odebrecht), o que le deben miles de millones al Estado o engañan a su clientela y no pasa nada de nada. Ni siquiera porque están supervisadas.
¿Así quieren autorregulación? Hay que ser malo. O tonto.
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