Antes de ayer se descubrió que un hasta-antes-de-ayer reconocido ilustrador les había mentido a sus clientes, a sus fans y a la prensa por años sobre el alcance y proyección que su trabajo logró en medios del extranjero. Decía él que sus ilustraciones habían llegado a la portada del New Yorker, algunas portadas de DC Comics y de Marvel e, incluso, que alguno de sus dibujos había sido adquirido por alguna famosísima estrella de rock.
Nada era cierto. Engañó a la empresa de relaciones públicas, a la galería de arte que exponía su obra y –al menos, hasta ahora es lo que sabemos– a dos grandes y prestigiosos medios de comunicación.
¿Quién lo descubrió? El periodista y escritor Diego Salazar (goo.gl/UvokmF), no tuvo que ir a Marte ni recurrir a sus contactos en la Casa Blanca. Con algunos mensajes por Facebook Messenger, llamadas telefónicas, e-mails y una suscripción antigua y activa al New Yorker –quizás su única ventaja frente a cualquier otro periodista–, Diego desbarató toda la historia. Y lo hizo con tal contundencia que su artículo apenas si tiene adjetivos: los justos para que no parezca que lo estaba escribiendo Trucu-tú.
Recién cuando el artista admitió su culpa, el medio de comunicación más grande y prestigioso se animó a emitir una nota de disculpas por no haber hecho eso que se supone que hace siempre y que lo hace prestigioso: corroborar la historia. Lo interesante es que, de nuevo, el artículo de Salazar ya era viral y dicho medio jamás lo llamó para preguntarle algo, lo que sea, para hacer sus propias pesquisas, como hubiera correspondido. No. Todo parece indicar que, en su lugar, procesó el artículo, esperó el mea culpa del artista y, otra vez, asumió que eso que decían Salazar y el artista era verdad y lo publicó.
Esta es la fuente de la posverdad.
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