Parece que Kenji sí se deja asesorar y es capaz de arriesgarse. Porque da la impresión de que hablara y funcionara desde los sentimientos y no el cálculo. Es lógico que en medio de una bancada llena de gente que parece que siempre está enojada, con el cuchillo entre los dientes, sangre en el ojo y que se toma a sí misma demasiado en serio, Kenji sobresalga tanto. Su candor es disruptivo.
Y ese candor y ligereza con los que Kenji parece que se tomara la vida se ven genuinos. Gran diferencia con el congresista que quiere pasar por “serio” mientras dice que leer da alzhéimer, que ejercitarse con ropa de marca es dar mal ejemplo o que Carlos Rubio era peor que Montesinos.
Si bien sus intervenciones no están necesariamente alineadas con las directivas que se les imponen a sus compañeros, quizás a la bancada le molesta la frescura de Kenji. Y tal vez, solo tal vez, alguien allí dentro la considere una amenaza.
Quizás entonces, la mototaxi no lo quiere procesar por indisciplina, sino porque, en contraste, el Fujimori chiquito resalta la visión que algunos ciudadanos tienen de sus colegas: autómatas que siguen órdenes, incapaces de hacer una broma, de sensibilizarse ante el sufrimiento ajeno o de reírse, mucho menos de sí mismos. Y, si se acuerdan, su papá Alberto siempre se reía. Siempre. Y no con la sonrisa mecánica de su hermana Keiko; Alberto se reía de lado, como a punto de soltar una carcajada que nunca llegaba. Quizás también por eso es que tanta gente lo recuerda con cariño hasta ahora.
PD: Ojalá no le paguen a un feminicida preso para que diga que escribió una carta concebida en la sala de una agencia de publicidad para ganar un premio.
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