Es muy interesante ver a tanta gente contenta con ver a los Humala ir presos. De hecho, en otros países somos algo así como un ejemplo: “Ustedes sí los meten presos, no como aquí que se pasean tranquilitos por la calle”. Y, la verdad, uno inflaría el pecho si no fuera porque dicha afirmación es cierta a medias.
Humala y Heredia han ido presos bajo el supuesto de que han estado lavando activos, en este caso específico de dinero que les entregó Odebrecht para su campaña de 2011 por encargo del gobierno de Brasil. Salvo la naturaleza de encargo del “apoyo” y según testimonio del propio Marcelo Odebrecht, su empresa “apoyó” a los principales candidatos en esa campaña y da dos nombres más: Keiko Fujimori y el partido de Alan García. Y, sin embargo, muchos (no todos, felizmente; eso sería terrible) de los que señalan la corrupción de los Humala callan ante el hecho flagrante de que en ese chupe todavía quedan choros. Y escogen no mencionarlos. ¿Por qué?
Odebrecht dice que Barata sabe exactamente a quiénes, cómo y cuánto dinero se les dio a cada uno de los demás candidatos. Inexplicablemente, el fiscal Juárez considera que ya no tiene nada más que preguntarle a Barata. Y los que aplauden callan.
En cualquier país que mete presos a sus presidentes corruptos, Juárez estaría siendo relevado: ¿cómo es posible que el jefe de la banda diga que su lugarteniente tiene toda la información y el acusador del Estado diga que no le va a preguntar nada más?
Jorge Barata era un solícito y solicitado participante y contribuyente –emisario y representante casi plenipotenciario de Odebrecht– de muchas causas empresariales, especialmente de buen gobierno corporativo, innovación, creatividad y responsabilidad social empresarial (todo lo que se ve bonito)… pero ahora nadie lo conoce ni se acuerda de él. O quizás sí.
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