Según encuesta de Ipsos, todos los líderes políticos están desaprobados por la opinión pública. No se salva uno. Keiko Fujimori tiene una desaprobación de 54%. Verónika Mendoza es desaprobada por el 56% y Julio Guzmán por un 41%. Si consideramos que con, respecto a Guzmán, aprobación y desaprobación suman 68% (en todos los demás esa suma supera el 90%), tenemos que el 60% de los que tienen alguna opinión sobre Guzmán lo desaprueba. Duro eso.
El 54% desaprueba a la presidenta del Congreso y 51% al presidente del país, PPK.
¿Qué significa eso? ¿Que mayoritariamente no nos sentimos representados por nuestras autoridades? ¡Colón!
Lo más peligroso de esto es que, en una población con crecientes rasgos autoritarios, votar se convierte en una manera de forzar algunas cosas en la vida de los demás. Y resulta que los demás somos todos y cada uno de los “otros”. Aunque los sonsos de #NoTeMetasConMisHijos no se den cuenta. “Lo importante es la economía” o “lo importante es la seguridad” o la salud o la educación. No, lo importante es todo eso junto, y preferir una sobre las demás tiene impactos ciertos y graves sobre la vida de las personas. Por eso, si tuviera que escoger algo bueno de este gobierno, escogería el discurso inaugural de PPK, sin duda. Un discurso que, parece, ha sido enterrado por la naturaleza práctica que ha secuestrado la voluntad del Ejecutivo. Y no me refiero a la bankada fujimorista, me refiero a los aliados y a los actores que el Ejecutivo escoge y que, francamente, ha sido como meterle un balazo en la panza al proyecto republicano que me encandiló el pasado 28 de julio porque nunca antes había escuchado a un político referirse así a la realidad y compartir una visión de país. Parece que ya sabemos por qué.
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