El 15 de mayo en Curitiba, Brasil, Marcelo Odebrecht le dijo al fiscal peruano especializado en lavado de activos, Germán Juárez, que su empresa (Odebrecht) “con toda seguridad” debe haber apoyado con dinero a Keiko Fujimori y al partido de Alan García en la campaña de 2011 porque siempre apoyaban a los principales candidatos. Odebrecht añade que quien sí sabe cuánto y cómo se les dio el dinero a los mencionados es Jorge Barata. Pero Juárez “resuelve desistir de la solicitud de cooperación internacional judicial para recabar la declaración del ciudadano brasileño Jorge Barata”. ¿Por qué, si ese también es su trabajo?
En su declaración, Odebrecht les explica a Juárez y a los otros dos fiscales peruanos que la única razón por la que él estaba enterado de los detalles del “apoyo” a Humala es porque se trató de un pedido expreso del gobierno brasileño a través del ministro Antonio Palocci (condenado a 12 años de prisión). Por eso, tiene el número de Humala y no los de Keiko o el Apra, pero Odebrecht está seguro –y es enfático en afirmarlo– que también fueron “apoyados”.
¿Por qué todo lo demás no es importante para Juárez si es exactamente igual que lo que hicieron los Humala y por lo que pidió prisión preventiva para ellos? ¿Cuál es la diferencia? ¿Que Odebrecht no conoce el monto? ¡Pero si Odebrecht ya le dijo que Barata lo sabe! ¡Y el fiscal ya no quiere preguntar!
Pero, para asegurarse de cerrarle bien la boca a Barata, obliga a este a suspender sus declaraciones acosándolo a sabiendas de que ello rompe el acuerdo de colaboración eficaz. Es demasiado grande para que todo sea dejado al azar. ¿Será que todo está fríamente calculado? Quizás. Recordemos que Odebrecht no muere aquí y que, a través de este u otros nombres, quieren volver. ¿Y con quién no hay que pelearse en el Perú?
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