Juan José Garrido,La opinión del director
El debate electoral de cara a las elecciones municipales realizado esta semana por el diario El Comercio dejó importantes reflexiones sobre nuestra capital, sus retos y sueños. Tal vez la más importante, y que destaca en mayor medida la complejidad del problema, es aquella frase del candidato Fernán Altuve: “Lima ya no es más grande que sus problemas”.
Si somos sinceros, es una insinuación fuerte, si no tosca: Lima es una ciudad grande en todo sentido. Siendo Perú uno de los países con la menor densidad poblacional, nuestra capital tiene una de las densidades más altas de la región. No solo eso: la heterogeneidad de su población es también muy alta (producto de nuestra historia prerepublicana, el posterior mestizaje colonial y la –relativamente– reciente migración de las zonas rurales a la capital), así como la composición socioeconómica (desde familias viviendo aún en extrema pobreza hasta las familias más ricas del país). Lima es, en efecto, muy grande y problemática; pero el optimismo que nos caracteriza hizo de la frase “es más grande que sus problemas” un meme cotidiano. Hoy, nos dice Fernán Altuve, ya no lo es. Y pareciera tener razón.
Sus problemas los resumió ayer, en extenso y a profundidad, nuestra editora Mariella Sausa en la nota de Actualidad. Inseguridad (la tasa de victimización es alarmante: más del 45% de la población ha sido robada, estafada, secuestrada, entre otros delitos), informalidad (60% del empleo registrado), baja cobertura de tecnologías informáticas (41% con Internet, 53% con teléfono fijo y 56% con televisión por cable, aunque un 88% tenga telefonía celular), solo el 35% tiene vivienda propia y con los títulos en regla, y así… una realidad compleja, con grandes carencias y diferencias, y sin visión de futuro.
En 20 años, que en términos de desarrollo equivalen muy poco, cumpliremos 500 años desde la fundación. Para un país que se ufana de ser un ejemplo de desarrollo e inclusión, deberíamos ir pensando en un proyecto que haga de Lima (ventana de ingreso al Perú) una ciudad de la cual todos nos podamos sentir orgullosos.
Lima tiene serios problemas, qué duda cabe. El tránsito hace cada vez más difícil conmutar de un sitio a otro, con el costo psíquico-emocional adicional; las redes de telefonía colapsan con facilidad; la basura y el deshecho se amontonan por cuadras; nuestra cobertura educativa y de sanidad rebalsó la oferta de calidad; entre muchos otros.
Pero Lima también posee grandes ventajas: una posición geográfica envidiable en el país y en la región latinoamericana; espacios dónde crecer al norte y sur de la capital; es una ciudad que mira al mar, con un puerto insignia de la historia y con sus espaldas a los Andes, desde donde llegan minerales y agua por cantidad. Tenemos una oferta biológica (marina y vegetal, por encima) que serían la envidia de muchas capitales desarrolladas; una historia y un bagaje cultural como pocos en el mundo; y una población joven, trabajadora y emprendedora, con inmensas necesidades por cubrir y grandes sueños por cumplir.
Lima puede ser, hoy, más chica que sus problemas, pero no por ello debe mantenerse atada a este caótico estado. ¿Qué necesita Lima para, no digamos sobrevivir, sino mejorar significativamente su posición de cara al 2035?
En primer lugar, liderazgo; por ello no me refiero a un magnánimo y todopoderoso salvador municipal, sino a un líder de verdad: una persona capaz de gestionar nuestros problemas, capaz de lograr los grandes consensos que los problemas requieren, apto para comunicar sus visiones y tender los puentes necesarios con otros partidos, así como con el Gobierno Central y los alcaldes distritales, empeñado en hacer obras que puedan hilvanarse con otras a fin de ir creando por partes la infraestructura física y social que necesitamos.
Luego, claro, recursos. Lima alberga a cerca del 45% del PBI nacional, pero nuestro presupuesto dista mucho del justo. Es necesario que quienes lleven los rumbos de la Municipalidad Metropolitana de Lima (MML) sepan negociar ese requerimiento, y cuanto más pronto mejor.
Por supuesto, nada de ello será suficiente si no existe capacidad de gestionar; recursos existen (tanto públicos como privados), con lo cual se trata más de visualizar las soluciones, articular las propuestas y buscar los socios adecuados. Con tantos proyectos –que implican tantos recursos en juego- se requiere de un equipo probo, dedicado y transparente.
Estamos a siete días de un proceso electoral que, aunque todo puede suceder, pareciera estar definido. Ojalá los próximos cuatro años sirvan para dejar una visión concreta y consensuada, esa que tanto necesitamos.
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