11.MAY Sábado, 2024
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Opinión

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Perú está de moda. Razones, por supuesto, existen: nuestra gastronomía se luce en las páginas de revistas especializadas, Machu Picchu y otros destinos turísticos se han convertido en parada obligatoria de todo viajero global, nuestras fibras (algodón, alpaca, vicuña), frutas y vegetales se expenden en los mejores mercados del mundo, y, así, múltiples motivos dan una explicación del fenómeno peruano.

Pero así como hay buenas razones para estar en los medios internacionales, también existen malas razones. Razones que los peruanos reconocemos como tales. La corrupción, por ejemplo.

The Economist, la afamada revista de negocios y economía, nos dedicó hace poco una nota sobre el tema en relación a la reciente campaña electoral. El “roba, pero hace obra” traspasó las fronteras y llegó al medio inglés como “divide y coimea: corrupción y fragmentación política amenaza a la democracia peruana”.

La verdad es que muy pocos podrán fastidiarse con la nota en cuestión: 92% de los peruanos considera que la corrupción en nuestro país es alta o muy alta. La cifra, para mayores luces, se ha incrementado ligeramente en los últimos años (90% en el 2011, 91% en el 2013). Y lo peor de todo, según la encuesta de Pulso Perú que hoy publicamos, es que el 61% cree que el gobierno del presidente Humala no hace nada al respecto. Por ello, tal vez, se ubica ya en un segundo lugar en este rubro (empatado con el primer gobierno de Alan García; el primer puesto le corresponde al gobierno de Alberto Fujimori) en el recuerdo popular.

A nivel institucional, la figura es dramática: para la gran mayoría, en el Estado y sus organismos dependientes la corrupción campea. El ecosistema privado (medios, empresas e Iglesia) están en el margen inferior.

The Economist tiene razón. Si no hacemos algo, y pronto, nuestra democracia perecerá sin aviso. Estamos en la sala de emergencia, y del Estado –y de este gobierno en especial– los peruanos no esperan mucho. ¿Por dónde empezar los primeros auxilios?


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