Uno de los pilares fundamentales de la democracia, como sistema de gobierno, es la separación de poderes; léase, que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial no se encuentren bajo la tutela de una persona (un autócrata) o un partido político (la “dictadura perfecta”). Cuando un partido gana en elecciones democráticas tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo, pues dependerá mucho de su actuar político para definir si la separación es real (como ocurre en los países desarrollados) o efímera (como suele suceder en los nuestros).
Las sociedades modernas no se hacen problemas cuando el Poder Ejecutivo reside en un partido y el Poder Legislativo, en otro. Estados Unidos es un perfecto ejemplo: demócratas y republicanos se turnan cada tanto la dirección del Ejecutivo y del Legislativo; de hecho, según el economista Robert Barro, la mejor variante para el crecimiento económico, entre las cuatro posibles combinaciones, es un presidente demócrata y un legislativo republicano.
Que el Ejecutivo y Legislativo se encuentren en manos distintas, en países de baja calidad institucional como el nuestro, no es imprescindible, pero tranquiliza al sistema democrático; de otra manera, el presidente puede atrincherarse (Fujimori, Chávez, Morales y tantos otros). Cuando el Ejecutivo controla el Legislativo, hace más difícil, también, el control sobre los actos del primero (que el presidente despilfarre recursos o caiga en corruptelas). Por ejemplo: para el presidente Humala habría sido más difícil sacar los tres megaproyectos (por US$15,000 millones) sin la mayoritaria coalición que lo soportaba en el Legislativo.
Hoy, que el ppkausismo lidera el Ejecutivo y el fujimorismo lidera el Legislativo, de pronto salen muchos a criticar a estos últimos, llamándolos obstruccionistas, golpistas y demás. Bueno, hagamos el ejercicio alternativo: imaginemos la ucronía, la realidad alterna a este escenario.
Primero, imaginemos que PPK ganó tanto la Presidencia como los 73 escaños que ganaron los fujimoristas (para imaginar mejor el ejercicio, imaginemos que el fujimorismo ganó los escaños del ppkausismo). Para empezar, la mayoría de proyectos discutibles, como el Gasoducto o Chinchero, hubiesen salido sin problemas, sin importar las quejas de la magra oposición política. Algo parecido a lo que ocurrió con el nacionalismo. Cualquier intento de los órganos de control por hacer su trabajo hubiese sido limitado (de hecho, ha ocurrido aun con oposición). ¿Qué pasaba con las facultades delegadas? ¡Las que quieran! Y así…
Segundo, imaginemos que PPK ganó la Presidencia, pero otro partido (que no sea el fujimorismo) ganó el Legislativo. Imaginemos, por ejemplo, que el Frente Amplio ganó los 73 escaños que ganó el fujimorismo. Por como han votado hasta hoy, el país sería un desastre inimaginable: para empezar, tal vez no se habría constituido el gabinete Zavala (recordemos que unos votaron a favor, pero dos votaron en contra y se abstuvieron). Sin duda no habrían recibido, sin embargo, las facultades delegadas, ni habrían aprobado el presupuesto (el Frente Amplio se opuso a ambos); frente a Chinchero, sin exagerar, habrían discutido una eventual vacancia presidencial. Me imagino perfectamente al congresista Manuel Dammert, quien le ha dedicado dos libros al presidente Kuczynski, liderando la comisión investigadora con denodada antipatía.
¿Y si ganaba Acción Popular los 73 escaños? ¿Se imaginan a 73 Lescanos en oposición a Kuczynski? ¿Creen que Acuña no habría usado sus 73 escaños de manera política? ¿Alan García viviría en España si el Apra los tuviera?
La mayoritaria oposición fujimorista no le ha hecho las cosas fáciles a este gobierno, pero tampoco se las ha hecho tan difíciles como podría haberlo hecho, y –estoy seguro– es menos destructiva que la mayoría de sus alternativas. Recordemos que, a fin de cuentas, los proyectos político-económicos de ambos, así como los perfiles de la mayoría de sus tecnócratas, son similares, o en todo caso más cercanos que entre otros partidos.
No creo que el fujimorismo sea el principal problema (sin dudar, de nuevo, que no le hace las cosas fáciles al gobierno), sino la actitud del oficialismo desde antes del 28 de julio de 2016. Por ejemplo: el fujimorismo votó en bloque a favor de la investidura de Fernando Zavala, no obstante los congresistas ppkausas –días antes– se habían abstenido de apoyar a la Mesa Directiva de Luz Salgado.
El presidente Kuczynski desde el inicio prefirió apoyarse en el antifujimorismo, bajo la creencia de que, con ellos y el apoyo popular, podían resistir cualquier embate opositor. Hoy sabemos que fue una torpeza, pero es –como dicen– agua que corrió bajo el puente. ¿Pueden intentar otra vía en el segundo año? Siempre se puede, pero para ello se requiere visión, estrategia, altura, compromiso y valentía.
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