Una mujer da a luz en el piso del hospital Negreiros, pero el Estado tiene tiempo y recursos para decirnos qué es leche y qué chocolate. Mañana nos dirán qué es lanilla y qué es cuerina.
A mí, la verdad, me parece hasta absurdo este debate hamletiano de si es o no es chocolate, leche o lo que sea. De hecho, prefiero consumir kilos de chocolate (así sea con 2% de cacao) si, a cambio de ese golpe al hígado, el Estado me cuenta en qué se gastan mis impuestos. Y es que, ¿en verdad creen que la principal preocupación está en la calidad de gasto de ese sol en un chocolate (que, encima, nos encanta), cuando gastamos miles de millones en servicios públicos de quinta? ¿Creen que a los usuarios del hospital Negreiros les preocupa la cantidad de azúcar o grasa en los chocolates por encima del servicio que reciben?
Y para quienes quieran entrar al debate: sí, son cosas excluyentes. Mientras papá Estado revisa si los calcetines son “de pura lana”, o las gomitas de ositos no exceden la ingesta calórica de azúcar máxima del día, ¿quién está preocupándose por la calidad del gasto de nuestros impuestos (léase, la plata que recibe de nosotros papá Estado)? ¿Alguien ha recibido una explicación de la paupérrima calidad de los servicios públicos que recibimos?
Ojo, que si de verificaciones se trata, el Foro Económico Mundial nos dice que tenemos un sistema educativo de vergüenza; que nuestra justicia, así como el chocolate, parece justicia pero no es (en verdad, es un sistema de subastas de fallos). Y vean el caso del hospital Negreiros para evaluar nuestro sistema de salud.
El día que los ciudadanos entiendan que la “educación gratuita” o la “salud gratuita” no son en verdad gratuitas, sino que la pagamos con nuestros impuestos, tal vez ese día miremos con detenimiento la calidad de lo que recibimos a cambio, y exigiremos más respuestas de papá Estado. Hasta entonces, disfrutemos nuestro chocolate.
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