22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

“Si el fujimorismo cree que llegando al poder se acabarán sus problemas, se equivoca; y si el antifujimorismo cree que el fujimorismo desaparecerá políticamente, también se equivoca”.

Ayer, en “La ilusión del diálogo” (El Comercio), Fernando Rospigliosi sostiene que es improbable que una conversación entre el presidente Kuczynski y la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, resuelva el problema de la crispación y los enfrentamientos entre oficialismo y oposición. Por varias razones, dice, no tiene sentido pedir el diálogo y más bien se debería apelar o por intensificar el enfrentamiento que “amenace su fuente de poder (el Congreso)”, o por una negociación que parta por el indulto del ex presidente Alberto Fujimori y obligue a la oposición a conciliar en algunos puntos de la agenda oficialista.

Espero haber resumido, adecuadamente, el artículo; pero palabras, palabras menos, es lo que venimos sosteniendo en varias columnas recientes (“¿Cooperamos?”, “Cronología de un innecesario enfrentamiento”, y otros). De hecho, en este último mencionado, nos preguntamos si debiéramos considerar que no habrá diálogo o acuerdo posible entre ambos grupos políticos.

Si esta premisa es correcta (que la posibilidad de un acuerdo es, más que remota, un imposible), ¿qué le queda al gobierno de Pedro P. Kuczynski? ¿Por qué será recordado en el futuro? ¿Cuál será el adjetivo, mote o palabra que resuma su quinquenio?

Para responder a estas preguntas, debemos revisar las razones por las cuales llegamos a este entrampamiento, y ni para un ciego la respuesta gravitaría alrededor de la aguda polarización que existe entre los peruanos. Esta polarización no es exclusivamente entre fujimoristas y antifujimoristas, se da alrededor de distintos ejes, actores y posiciones ideológicas: aprismo, castañedismo, humalismo, el cardenal Cipriani y el sector conservador de la Iglesia, los derechos de las minorías LGTB, y así. De hecho, es esta polarización la que impidió que se produzca algún tipo de entendimiento entre oficialismo y oposición a inicios de este gobierno.

Hoy, es el presidente Kuczynski quien se encuentra limitado en su plan de reformas; pero mañana será el siguiente. Imaginemos que en 2021 gane las elecciones un candidato fujimorista. ¿No existirá una oposición vehemente que busque crispar y enfrentar al gobierno fujimorista con sus oponentes políticos? Y si lo gana un candidato no fujimorista, ¿no ocurrirá lo mismo? La cuestión es: ¿acaso existe alguien que pueda llegar al poder y cohesionar a los peruanos detrás suyo en una mayoría que permita la gobernanza, o al menos la posibilidad de llevar ciertas reformas adelante? La verdad es que, mirando al horizonte y observando la configuración y la correlación de fuerzas políticas, no existe dicha paz en el futuro cercano, y muy probablemente tampoco en el mediano plazo.

Si el fujimorismo cree que llegando al poder se acabarán sus problemas, se equivoca; y si el antifujimorismo cree que el fujimorismo desaparecerá políticamente, también se equivoca. Solo con este eje de confrontación y disputas, ¿cuántos años está asegurada la imposibilidad de una gobernanza mínima?

Tal vez antes de pensar en acuerdos puntuales o, más difícil aún, algún pacto político que le permita pasar a la historia con algunas reformas bajo el brazo, el presidente Kuczynski podría proponerse conciliar a los peruanos, ser “el presidente que logró la paz política”, así sea germinal o moderada. Esto no significa que debe abdicar en su tarea de gobernar; como en tantas otras ocasiones, se ha recomendado (recordemos el quinquenio toledista o humalista) que el gobierno podría desdoblar las tareas entre la presidencia y el Consejo de Ministros, uno encargado del día a día y los sectores (como de hecho ya ocurre), otro decidido a tender los puentes y establecer los espacios de diálogo que dicho propósito de gobierno requiere.
El encargo, por cierto, no es menor y, de ocurrir (y brindar resultados), permitiría una gobernanza futura de mejor calidad que la actual. Acercar a las partes encontradas en dichos ejes requiere un inmenso trabajo y esfuerzo, implica soportar personas y situaciones desagradables, una titánica faena de diplomacia, y demás.

El objetivo, de nuevo, es acercar a los peruanos, minimizar la polarización entre distintos sectores, de tal forma que primen objetivos mayores a los intereses particulares de unos y otros. Por supuesto, se opondrán a esta propuesta los extremos a cada lado: para ellos, ser pro o anti es una herramienta de ascenso político, de espacio laboral o de limpieza facial, pero para el resto de peruanos, esta polarización no beneficia en nada. De hecho, perjudica en una magnitud inimaginable (¿cuántos puntos de PBI hemos perdido en los últimos 10 años por estos enfrentamientos?).

Esta propuesta sonará para muchos, por supuesto, ingenua, pretenciosa, inalcanzable y, para algunos, inaceptable. Pero el Perú no puede perder otros 10, 15 o 20 años en esta situación.


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