Alguien ha desatado una clara maniobra de desestabilización, no solo contra el gobierno sino contra nuestro frágil sistema democrático. Si lo hace con pleno entendimiento de las consecuencias o como producto de la desesperación, no interesa a estas alturas. Lo importante, y sobre lo que debemos como sociedad cerrar filas, es que alguien (sea un individuo o una coalición) busca crear un clima enrarecido, a sabiendas de que nuestra precariedad institucional facilita las escaramuzas.
El audio no demuestra ni un comportamiento ilegal o inmoral, por parte de los involucrados, ni un condicionamiento o actitud indebida. Existe, sin duda, la preocupación del Ejecutivo sobre los alcances que percibe la Contraloría, algo válido en cualquier gobierno que se encuentra, de pronto, con una autoridad que dispara con metralleta a todo lo que se mueva. Palabras más, palabras menos, se transmite la preocupación por los proyectos parados y el proceso en curso.
No debemos, por ello, distraernos; en el fondo se encuentra un comportamiento gangsteril: se ofrecen audios a diestra y siniestra, dejan una transcripción de manera anónima en la Presidencia del Consejo de Ministros, y de pronto aparecen personajes de distintas tiendas alarmando y sugiriendo escenarios indeseables.
¿Quién está detrás de todo esto? Bueno, para empezar, hay una persona clave en estos audios: el contralor Edgar Alarcón, quien ha rechazado ser el “chuponeador” de los famosos audios, pero que (¿por casualidad?) aparece en los dos aireados. Por cierto, la propagación de los mismos ha sacado de los reflectores (o de las brasas, si prefieren) al susodicho, quien el lunes iba a ser removido del cargo (habrá que ver si se mantiene la prioridad en la Mesa Directiva, después de las declaraciones de ciertos congresistas ayer). Por otro lado, le creará al personaje un aura de justiciero, tan popular en estas latitudes.
No caigamos en el juego de la desestabilización. El contralor debe irse, y cuanto antes mejor. Ojalá prime la cordura y la estabilidad democrática.
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