22.NOV Viernes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
Clasificados
Opinión

La semana pasada, en “Anatomía del antifujimorismo”, sostuve que el “fujimorismo no conoce y no entiende al antifujimorismo”, creyendo que el mismo era solo un grupo de rojetes y caviares que no deben preocupar a nadie. Esto, por supuesto, es un error, y uno que les cuesta muy caro. El antifujimorismo ha sido muy exitoso en lo que más le interesa: impedir que el fujimorismo llegue, de nuevo, al poder.

La semana pasada nos preguntábamos cómo había logrado ser tan exitoso el antifujimorismo a lo largo de tanto tiempo, y respondíamos desde el punto de vista organizacional: se han dividido las tareas y se articulan gracias a su estructura segregada, policéntrica e integrada (un concepto elaborado por la Corporación Rand). Esto explica, en parte, la eficiencia de la red antifujimorista, pero hay otras más.

La principal razón estratégica por la cual han sido tan exitosos es la captura de la “autoridad moral” (lo que en inglés llaman “moral high ground”) por parte de sus principales personalidades y voceros. Por “autoridad moral” no sostengo que sean más éticos o morales, sino que en la batalla fujimoristas-antifujimoristas, son estos últimos quienes han capturado ese espacio en la percepción ciudadana. De ahí que cuando señalan al fujimorismo en dicho eje, les generen tanto daño, además –por supuesto– de gozar, por oposición, de una suerte de “certificado” de pureza ética. Ser antifujimorista es casi un sello de moralidad (tanto como ser fujimorista supone una base ética discutible).

Por ello, ha sido tan fuerte el golpe asestado a este sector por el caso Lava Jato y sus derivadas. Todo apunta a que sus principales figuras políticas están envueltas en el mismo, sea como líderes o colaboradores. Ollanta Humala, Nadine Heredia, Alejandro Toledo y Susana Villarán, entre otros, fueron las apuestas políticas de ese sector. Su desgracia es potencialmente tan terrible y peligrosa como un terremoto de grado 8 para la coalición anti.

Para empezar, la participación de sus principales figuras políticas en el caso Lava Jato no solo los mancha a ellos, sino también a sus colaboradores (ministros, congresistas, periodistas y medios cercanos, ideólogos, y otros) y a sus garantes (con Mario Vargas Llosa a la cabeza).

Luego está, por supuesto, el daño al principal eje estratégico: ya no pueden asumir, menos aún gozar, de la “autoridad moral” que pretendían. Si sus principales figuras políticas terminan siendo corruptas (por la vía judicial se entiende), pues significa que no solo ellos son corruptos, sino que los colaboradores han participado de una u otra manera en las corruptelas. Sin necesariamente haber participado en actos corruptos, el manto de sospecha cae naturalmente sobre ellos. Para quienes se inmolaron (negando las agendas, por ejemplo), pues el daño será mayor. Y en el mejor de los casos, se les podría considerar incapaces de diferenciar entre corruptos y quienes no lo son.

Esto, por supuesto, es una catástrofe para ellos; de hecho, no saben cómo lidiar con este problema, y de ahí que la primera reacción al encarcelamiento del ex presidente Humala y su esposa haya sido la negación. Lejos de usar la misma vara con la que han medido a sus enemigos políticos (fujimoristas, apristas y demás), no solo han minimizado las pruebas, testimonios y demás, sino que están perdiendo los papeles en redes, insultando y peleando con quien ose afirmar el fallo del juez Concepción Carhuancho. Al juez y a los fiscales, de paso, ya los están difamando y acusando de cualquier cosa.

Los fujimoristas (y quienes están en dicha vereda) están gozando todo esto como niños en Disneylandia. Ahora tendrán material suficiente para dañar la reputación de sus principales enemigos, “nivelar la cancha” en lo moral, y –de alguna manera– enrostrarle a los electores el error cometido (y a quienes los guiaron).

La mejor defensa, ya sabemos, es el ataque, y por ello los operadores mediáticos, políticos y judiciales del antifujimorismo se encuentran trabajando horas extras para involucrar a sus opositores en el chanchullo. Sería ideal para ellos: no solo recuperarían (en teoría) algo del capital moral perdido, sino que tendrían de nuevo municiones contra sus enemigos.
Para quienes no somos ni fujimoristas ni antifujimoristas, toda esta guerrita de guerrillas se convirtió, hace mucho, en un lastre. La administración de justicia, la prensa y otras instituciones han perdido legitimidad en dicha confrontación. Pero lo más importante: el país está paralizado, en gran medida, por dicha rencilla. Y los ciudadanos, a los que ambos sectores dicen representar, ¿qué salida tienen? Ninguna, al menos no por el momento.


Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.