Transcurrido oficialmente el primer año de la gestión del presidente Pedro P. Kuczynski, habría que decir que, en las circunstancias dadas, el resultado ha sido mixto.
Dentro de las cosas positivas, habría que destacar el avance en algunas reformas (sobre todo por el trabajo de la PCM), así como el restablecimiento de una política clara en el Ministerio del Interior (lucha contra las mafias al interior de la Policía, mientras se combate el crimen organizado y la delincuencia común). Algunos sectores han revisado para mejor las políticas sectoriales (Produce y Midis, por ejemplo) y algunos organismos han caído en buenas manos (Proinversión, Sunat, entre otros).
Lamentablemente, y como bien señaló ayer el mandatario en su discurso, se juntaron dos cataclismos que impactaron duramente a nuestra ya alicaída economía; por un lado, el escándalo de corruptelas bajo el paraguas del caso Lava Jato y, por otro, los desastres de un Niño severo (y con algunos anunciando otro en el próximo verano).
Siendo muy generosos, podríamos decir que era difícil imaginar ambos sucesos (en verdad, ambos debían haberse imaginado en un ejercicio de escenarios). Lo que no era difícil de imaginar eran las necesarias auditorías en distintos sectores y proyectos del gobierno anterior, y si ello se hubiese hecho –¡como tantos advertimos!–, hoy no estaríamos lamentándonos tanto. Si desde el inicio se hubiese parado el absurdo (y seguro corrupto) Gasoducto, así como Chinchero y Talara, hoy estaríamos viendo otros motores prendidos.
Luego está la insatisfactoria administración de crisis de este gobierno. Todos los gobiernos enfrentan, de tanto en tanto, minicrisis políticas (un ministro enamorado, otro que mete la pata, algún funcionario al que lo pescan con las manos en la masa, y así). Pocos, que recuerde, se han manejado tan mal como este gobierno. Este es, sin duda, un espacio enorme de mejoras para este segundo año.
Finalmente, está el manejo de la relación política con la oposición. Y otra vez, un desastre. Escucharon a los áulicos y se olvidaron del principio fundamental del buen político: estrategia.
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