Ante la posibilidad de un indulto al ex presidente Alberto Fujimori, el viernes se realizó una marcha contra la misma por el Centro de Lima. La movilización se organizó en pocos días, para realizarse un viernes en la noche, y logró captar adeptos y la atención de los medios. Los organizadores, es verdad, no son ajenos a la producción de estas demostraciones, pero mientras para los organizadores y sus seguidores la marcha fue multitudinaria, para los fujimoristas no fue más que unos cuantos rojetes, nada de lo que habría que preocuparse.
Valgan verdades, poco interesa exactamente cuántos fueron a la marcha. Lo importante es resaltar y reconocer la capacidad de convocatoria de un puñado de los colectivos antifujimoristas, para tan corto tiempo (y, como decimos, un viernes por la tarde). Cuando la convocatoria se presenta en momentos claves (una elección o una propuesta política), la disposición de los movilizados es mucho más grande. Igual los fujimoristas minimizan las mismas, las ningunean y las denigran asociándolas con los radicales de izquierda; no reconocen, o no quieren reconocer, esta capacidad de reacción y convocatoria.
El fujimorismo no conoce y no entiende al antifujimorismo. Para empezar, no es –como ellos creen– un puñado de “rojetes, caviares, proto-terroristas y demás derivadas de la izquierda peruana” de las que no deben preocuparse. Para nada.
El antifujimorismo se gestó hace muchos años como una fuerza social que pretendía renovar la política peruana frente al autoritarismo y el abuso de poder de los noventa; muchas de las actuales y principales figuras políticas se forjaron y consolidaron en dicho movimiento social. Fíjense si no en los políticos reciclados desde el toledismo. Dicha fuerza social fue erosionándose luego, mientras al fujimorismo no se le considerara una amenaza (entre el 2001 y entrando a las elecciones del 2011), pero desde dichas elecciones, el antifujimorismo ha crecido y se ha fortalecido, llegando a convertirse en un 40% a 45% de la población (según distintos cálculos).
¿Cómo ha logrado el antifujimorismo mantenerse tan activo por tanto tiempo? Pues, en simple, el antifujimorismo dividió su trabajo –de manera espontánea– de acuerdo a las áreas de expertise de los interesados: ideólogos, comunicadores, periodistas, activistas, abogados, empresarios, y así, cada uno apoyando la causa. Han sido, por cierto, exitosos: penetraron medios de comunicación, instituciones jurídicas (juzgados, fiscalías, y otros), organismos locales e internacionales (claves para sus objetivos), entre otros. Están presentes en redes y medios, debatiendo, atacando y defendiendo, movilizados e integrados. De ahí que ante la primera señal puedan, rápidamente, juntar a cientos o miles de personas en cualquier plaza de Lima, o publicar un artículo en un medio reconocido internacionalmente.
¿En qué ha derivado esto? En simple, en una amplia base activa, segregada, policéntrica e integrada. Esta red ha sido exitosa no solo en impedir que el fujimorismo llegue al poder sino también en dejar una narrativa que ha calado entre los jóvenes (en estricto, en los millennials), con quienes las principales ideas del antifujimorismo empatan naturalmente. El éxito del antifujimorismo no es solo la comunión de intereses de distintos actores políticos y sociales, sino también la captación de simpatizantes de diversos sectores.
Si el fujimorismo quiere algún día llegar al poder, pues debe partir por entender que el contrincante es mucho más grande, más poderoso y mejor articulado de lo que cree. No son, como dicen, “unos cuantos caviares” con el mágico don de cambiar las mentes de los electores en la hora nona. Es una red, muy activa (y sensible a las acciones del fujimorismo), segregada, policéntrica e integrada, con acceso a recursos económicos, jurídicos, políticos, religiosos, culturales y demás, con presencia local e internacional, que –encima– gana adeptos conforme se mueve la pirámide demográfica, en todos los estratos socioeconómicos.
El fujimorismo, electoralmente, significó cerca del 40% en las últimas elecciones. En la última encuesta de Datum, Keiko Fujimori mostraba un 39% de aprobación (37.5% promedio para 2017; 40.1% en 2016). Dichas cifras ponen, con mucha probabilidad, a la lideresa del fujimorismo en la segunda vuelta de las próximas elecciones presidenciales. Esto, por supuesto, hace más atractivo al antifujimorismo, como vehículo político, para todos aquellos que quieran disputar la presidencia en 2021. Muchos de los actores visibles, de hecho, ya actúan con ello en mente.
La pregunta sigue siendo, por supuesto, si el fujimorismo podrá vencer al contendor en segunda vuelta. Cierto, dependerá de con quién le toque; pero, como sabemos, ya le ganaron dos débiles candidatos, tanto de la extrema izquierda como de la derecha.
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