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Opinión

Ariel Segal,Opina.21
arielsegal@hotmail.com

Estados Unidos está en Vietnam y Adrian Cronauer, un disc-jockey en servicio para el ejército de su país, es reclutado para conducir un programa de la radio que entretiene a las tropas, pero resulta que, en lugar de seguir la línea editorial de censura y extrema seriedad que imponen los militares, Cronauer comienza, al alba, una cátedra de humor y música moderna que les alegra la vida a los soldados tras el grito de “Gooooood moooorning, Vietnaaaam” (Buenos días, Vietnam, filme de 1987, primer papel serio, no exento de comicidad, de Robin Williams, quien debido a una depresión puso fin a una vida que alegró a muchos por cuatro décadas).

A partir de esa película, Williams comenzó a ser tomado en serio, literalmente, por varios directores, quienes, sin quitarle su esencia humorística, le ofrecieron actuar en filmes inspiradores como La sociedad de los poetas muertos (1989), representando a un profesor de Literatura que despierta la sensibilidad de sus estudiantes para que no pierdan su potencial humano en el ambiente de pragmatismo y competitividad que su academia les exige, o a un neurólogo retraído que produce un medicamento que ayuda a mejorar a pacientes con Parkinson avanzado, en Despertares (1990). Luego interpretaría a Patch Adams, en 1998, el doctor extrovertido que utiliza la risa como medicina para los enfermos, entre otras excelentes películas.

Williams fue también un gran filántropo y dio mucho de su tiempo para entretener a las tropas de su país en zonas de conflicto y sembró algo indispensable en nuestros tiempos violentos: el humor, instrumento de la inteligencia.

Son legados urgentes para tener en cuenta en épocas de excesivo cinismo, fanatismo y falta de humildad.


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