Oliver Stark,Opina.21
Columnista invitado
Es aún usual escuchar en el Perú declaraciones de políticos de peso, como Rolando Breña, que afirman que solo los izquierdistas, comunistas o socialistas plantean la profundización de la democracia para hacerla participativa, directa y comunitaria. Que si bien es cierto ellos reniegan de Sendero por “absolutizar” la violencia y usar el asesinato, el terrorismo y la masacre, ellos consideran la violencia como una circunstancia que puede darse independientemente de los actores políticos y del sistema. Así, concluye Breña, seguimos siendo una opción para llegar al poder.
Lenin, líder indiscutido de la revolución rusa, trataba igualmente de explicar su inesperada llegada y permanencia en el poder después de la exitosa revolución de 1917, organizada milimétricamente por otro pilar del comunismo, Leo Dawidowitsch Bronstein, más conocido como Trotsky. Y es que, como el mismísimo Lenin reconociera en escritos dados a conocer después del derrumbe de la Unión Soviética, ni los más radicales bolcheviques tenían una mínima idea de cómo hacer funcionar el conjunto de teorías marxistas y, mucho menos, que fuera posible darle vida a estas en un escenario real en tan corto tiempo.
Pocos imaginarían, entonces, que el inesperado éxito y permanencia en el poder –por más de siete décadas– de un sistema iniciado por este improvisado grupo de revolucionarios fueron la génesis del peor descalabro mundial jamás sufrido por un pueblo en su historia, peor inclusive que el genocidio nazi.
Comenzando con el desprecio con el que Stalin trató al ya moribundo Lenin en 1924, y siguiendo con los años del terror stalinista reflejados en la muerte de 14 millones de personas en los temidos Glawnoje Upralenije Lagerej (Gulags), la única forma con que se pudo garantizar la permanencia de un sistema económico tan ineficiente y comprobadamente fracasado fue a través de la férrea dictadura impuesta hasta el final por dirigentes que se embalsamaron por 70 años en sus propias mentiras para no ver lo que pasaba alrededor suyo. Los grandes logros de la utópica planificación central estatal de la economía fueron una esperanza de vida de 60 años, ingresos promedio de 177 rublos al mes (unos 100 euros de hoy que se iban al 50% en comprar alimentos), 9 metros cuadrados de vivienda por habitante, entre otros índices de (in)eficiencia conocidos públicamente.
Se ha calculado estadísticamente que cada ciudadano ruso tenía que hacer 550 horas de cola al año (37,000 millones de horas/hombre) para conseguir lo que necesitaba; no había cepillos de dientes, focos, baterías, despertadores ni píldoras anticonceptivas.
Claro que no todo era malo; Leonid Breschnew, secretario general del partido comunista desde el año 1964 y gran aficionado al automovilismo, llegó a tener hasta 80 autos de lujo, entre ellos varios Rolls Royce. No sorprende entonces que cuando, en 1985, Gorbachov llega al poder, ya no puede detener la presión generada por tanta mediocridad y la gran Unión Soviética se cayó a pedazos sin que nada ni nadie pudiera hacer algo al respecto.
A esa izquierda que increíblemente aún cree en utopías habría que recomendarle leer Rebelión en la granja, de George Orwell.
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