08.MAY Miércoles, 2024
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Opinión

Cuando en 1870, nueve años antes de la Guerra del Pacífico, Bismarck aplasta a las fuerzas francesas al mando de Napoleón III en Sedán, las Ardenas, nadie hubiera siquiera imaginado que el revanchismo y el odio francés hacia los alemanes terminaría en una amistad y colaboración europeas a prueba de balas.

Oliver Stark,Opina.21
Columnista invitado

El menú de acciones implementadas por ambas naciones, hoy los motores de Europa, incluyó el Acuerdo de Versalles de 1952, que acordó reuniones bilaterales permanentes y obligatorias entre ambas naciones, cancilleres alemanes y presidentes franceses con visión de largo plazo, desde Adenauer y de Gaulle hasta Merkel y Sarkozy/Hollande, brigadas militares conjuntas, el estudio del francés en Alemania y del alemán en Francia, entre otros.

Al otro lado del océano, entre Perú y Chile existe, desde la conquista y el gran Virreinato del Perú, un odio derivado de lo que los estudiosos del tema denominan el rencor peruano, por un lado, y la soberbia chilenas, por el otro. Los chilenos, aparentemente liberados de su sentimiento de subordinación a los peruanos en lo cultural, político y económico, emergían victoriosos de una Guerra del Pacífico. Su clase militar incrementó su autoestima, ganó enorme influencia en la política y procesos presupuestarios de defensa siempre basados en que, ante ese rencor peruano, había que tener un óptimo nivel de alistamiento.

Los chilenos se creen un país de europeos, blancos, y no de mestizos e indígenas, algo difícil de entender si vemos los partidos de fútbol de su selección. En Perú nos colocamos en la posición de víctimas, siempre andamos lloriqueando; los chilenos nos consideran indios fracasados y renegones.

Es en ese sentido, un proceso como el de La Haya tiene una doble importancia: el de corregir un error y ratificar una verdad jurídica, y el de terminar, esperemos que definitivamente, con la arrogancia del niño bonito del barrio, por un lado, y el lloriqueo y plan de víctima, por el otro, para así enrumbarnos en una sana competencia por el bienestar de las dos naciones.

Ah, y en cuanto a (Álvaro) Vargas Llosa, esperemos que La Haya también le ayude a superar un muy particular problema de identidad.


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