En un espacio de diálogo que busca generar propuestas para ampliar las oportunidades de los jóvenes rurales, se presentó un estudio titulado “Una presencia invisible: ¿qué sabemos de los jóvenes rurales?”. Más allá de los detalles, la autora, Adriana Urrutia, da cuenta de lo poco que sabemos, pensamos y hacemos para que este colectivo, de más de 1.8 millones de jóvenes, tenga un futuro mejor, con más oportunidades.
Los jóvenes rurales son un colectivo que no miramos. Hoy, los jóvenes rurales tienen más educación que sus padres, están conectados, tienen teléfonos y usan internet, y quieren insertarse en variadas actividades económicas, culturales y políticas. Pero la mayoría verá frustradas esas aspiraciones, ya que si bien están mejor preparados y tienen grandes sueños, el entorno no los ayuda, por el contrario, limita sus opciones de progreso.
El estudio propone que estos jóvenes enfrentan una serie de limitantes para su desarrollo. Estas limitantes están entrelazadas y se refuerzan entre sí. La pobreza, el acceso restringido a recursos productivos, empleo o estudios superiores se combinan con una sociedad que no (re)conoce a estos nuevos jóvenes.
Este nuevo grupo de diálogo, creado replicando otros grupos similares que ya trabajan de modo semejante en otros países de la región, abre una oportunidad única para pensar juntos, sector público, privado y sociedad civil, en qué y cómo hacemos para visibilizar, entender y generar políticas e intervenciones que permitan a estos jóvenes enfrentar sus desafíos y aportar al desarrollo rural.
Las mejores propuestas y políticas resultan del diálogo, así que en eso estamos.
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