La tecnología nos trae oportunidades invalorables. Las nuevas tecnologías nos conectan, nos acercan, pero ninguna tecnología resuelve por sí sola los problemas, son las personas usándola las que lo hacen. La tecnología facilita procesos, baja costos, abre nuevas opciones, pero solo si sabemos usarla, si está disponible para quien la requiere.
En el Perú, los teléfonos móviles han logrado acercar y conectar a millones de peruanos. Hoy casi todos los hogares tienen al menos un celular, incluso los más pobres. En su mayoría son equipos básicos y prepago. Es un avance.
Dentro de los que tienen celular, más de 6 millones ya tienen un teléfono inteligente –un smartphone– que permite acceder a un sinfín de recursos: comunicaciones vía voz, video y texto; información; servicios financieros; entretenimiento; aplicaciones de todo tipo. Si bien vamos rezagados frente a nuestros vecinos, el mercado muestra que en pocos años casi todos tendremos algún tipo de dispositivo inteligente.
Sin embargo, lo crítico es la capacidad de quien tiene un smartphone de conectarse a la red y aprovecharla como herramienta para salir adelante, para mejorar su bienestar. El acceso a Internet, a pesar de sus avances, es todavía limitado en el Perú, pero sobre todo es desigual. La brecha de acceso a Internet entre pobres y ricos y entre más y menos educados es una de las más altas de la región. Este recurso no está disponible para todos.
Si no masificamos el acceso a Internet de calidad (en todo el país, en lugares públicos, con planes de datos de bajo costo) y no apostamos por el desarrollo de capacidades digitales como política pública, esta herramienta –potente y disponible– traerá más desigualdad en vez de más desarrollo. Cerrar esta brecha tiene que ser una prioridad para que la tecnología disponible sea un activo y no un nueva fuente de desigualdad.
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