La emergencia ha sido atendida. Bien por el gobierno que ha actuado con celeridad y eficacia; bien por la sociedad generosa y solidaria. Quedan zonas en riesgo, falta terminar de atender a muchos, pero ahí vamos. Si vienen más desastres, serán atendidos.
La reconstrucción viene. Hay recursos financieros y toca asegurar que se gastarán bien, rápido y transparentemente. Gran responsabilidad y oportunidad para el Ejecutivo de hacer las cosas (honestamente) bien.
Pero entre la atención de ambos momentos hay un periodo muerto en el que los damnificados enfrentarán enormes y heterogéneos desafíos. Hay que ofrecer un puente entre la atención de la emergencia –los alimentos, el agua, las carpas y colchones– y la nueva infraestructura, la restitución de los servicios y la vuelta de los afectados a la vida económica. Urge entender lo diverso de las situaciones de los afectados.
Mientras los damnificados recuperan sus actividades generadoras de ingreso necesitarán recursos. Unos para comprar calaminas porque sí les quedaron paredes, otros para colaborar con los gastos de la casa de los familiares que los han acogido, otros que están en carpas y comiendo de las donaciones necesitan comprar zapatos para que los niños vuelvan al colegio, y así.
Con urgencias y necesidades tan diversas, atendida la emergencia y mientras llega la reconstrucción, sería clave asegurar un flujo mínimo de recursos a los propios afectados para que los destinen a lo que les urge más. Recursos que activarán mercados locales y protegerán a las familias. Un puente temporal que dé confianza, esperanza y capacidad de decidir a los damnificados.
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