He ido a pocas marchas en mi vida, normalmente para oponerme a algo. Ayer fui a una marcha con un enfoque distinto. Era para estar a favor de algo. Específicamente a favor de la igualdad de derechos de la comunidad LGTB. Solo he visto frases de odio en los comentarios en redes sociales de quienes se oponían a este evento. No logro entender cómo se puede odiar tanto a otro ciudadano que tiene el derecho de exigir respeto e igualdad de condiciones. Amar es un derecho, odiar es una opción, pero en este caso, no logro comprender ese nivel de odio hacia personas que no nos han hecho nada malo, sino decidir ser ellas mismas sin miedo. No he encontrado, hasta ahora, ningún argumento válido para oponerse a la diversidad sexual.
Los dogmas religiosos son válidos en espacios religiosos, pero de ninguna manera pueden estar presentes en las políticas públicas de un Estado de derecho. No logro entender cuál es el miedo que sienten los homofóbicos cuando la comunidad LGTB sale a marchar. No entiendo cómo les puede afectar a los heterosexuales que parejas del mismo sexo puedan casarse si así lo deciden. Si alguien se opone al matrimonio de personas del mismo sexo, pues no debería casarse con alguien del mismo sexo, pero no veo cómo es que, si parejas ajenas a uno se casan, esto le pueda afectar al otro.
En mi caso, como heterosexual, he sentido la necesidad de salir a las calles para reclamar por un derecho que les debe pertenecer a todos y todas por igual. “No es mi rollo”, dirán algunos, pues por supuesto que sí lo es. Una sociedad que no es tolerante a la diversidad no puede progresar en toda su integralidad. Yo no quiero criar a mis hijos en una sociedad que discrimina, que ofende, que agrede o que mata a otro ciudadano solo por tener una orientación sexual distinta. Por eso, esta lucha también es mía y me sumaré a ella con todas las fuerzas, pues no hay nada más lindo que salir a promover igualdad y amor.
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