Una de las escenas más impactantes cuando leí “La Odisea” de Homero es cuando Ulises debe pasar por un canal que tenía en un extremo a Escila, un monstruo marino femenino acompañado de varias cabezas de perro, muy agresivo, que se tragaba a todo aquel que pasara por ahí. En el otro estaba Caribdis, era menos atractivo y tenía forma de un tornado gigante que devoraba hombres y los devolvía días después en lados muy lejanos del océano, perdidos y moribundos.
Confieso que en esta primera etapa electoral me he sentido igual que Ulises. Por un lado, he tenido a una “derecha bruta y achorada” que me ha insultado de “terruca” por promover el respeto, reparación y reivindicación a las víctimas de Barrios Altos y de La Cantuta. Por el otro, he tenido a una “izquierda radical y antisistema” que me ha dicho “fascista” por considerar que los miembros del Comando Chavín de Huántar son héroes nacionales. Ellos se han horrorizado por escucharme decir “la época del terrorismo” en vez de “contexto de la violencia interna”, pero si uso este último término en vez del primero, vuelvo a la categoría de “terruca” por mis amigos de extrema derecha. Y, sí pues, me queda clarísimo que era una guerra interna entre peruanos, pero eso no quita que haya habido terror desde y hacia el gobierno. Si cuento que estoy a favor de la consulta previa o de la defensa del medio ambiente, me dicen antiminera, pero si promuevo minería inclusiva, estoy diciendo sandeces, según mis amigos de izquierda, y me dicen “vendida” si les cuento que estoy haciendo una consultoría de responsabilidad social para una minera.
Lo cierto es que las etiquetas reducen la posibilidad de debatir o de escuchar al otro, tal como lo mencionó el director de este diario. Si nos quedamos en insultos o generalizaciones, nunca llegaremos a consensos importantes, que es lo que más necesitamos hoy.
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