22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Al conocer la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, no pude menos que evocar la dramática imagen de los últimos días de Juan Pablo II, que, seguramente, no debe haber estado ausente del pensamiento del actual Papa al tomar la decisión de abandonar su ministerio.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Es un gesto sensato como conclusión de un papado que seguramente será más recordado por esta renuncia que por los numerosos escándalos de pedofilia y las repetidas expresiones de una Iglesia que cada vez parece más atada al poder temporal.

Tampoco pude evitar pensar en ese cura revolucionario que eligió, como Papa, el nombre de Juan Pablo I y que falleció en circunstancias que dieron lugar a todo tipo de especulaciones. Tres Papas, tres personalidades distintas sobre un fondo de permanentes luchas e intrigas políticas que las buenas personas que asisten a misa todos los domingos ni siquiera se permiten imaginar a pesar de que aquí, en su propio país, tienen un cardenal que es una invitación permanente a hacer que la imaginación vuele. Para algunos observadores la renuncia de Ratzinger es un triunfo de los sectores ultras del catolicismo (Legionarios de Cristo, Opus Dei, etc.) que se oponían a la supuesta limpieza moral que el Papa trataba de llevar a cabo. Otras confesiones han aprobado como “valiente” la decisión de Benedicto. Queda el mal recuerdo, para los islámicos, de la desdichada cita, hecha por el Papa, de un emperador bizantino que decía: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.


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