Carlos Tapia,Opina.21
ctapia@peru21.com
Pocas veces en la historia un fundamentalismo ideológico aliado a una personalidad soberbia y cobarde hizo tanto daño a los sectores por los que decía luchar. Nos referimos a Abimael Guzmán, (a) ‘Presidente Gonzalo’. Soberbio, creyéndose superior a todos, exigía a sus seguidores firmar una carta donde se declaraba la sujeción personal a su líder y al “pensamiento Gonzalo”. Cobarde, cuando por boca del c. Feliciano –preso en la Base Naval– declaró ante la CVR que Gonzalo nunca permitió, en las clandestinas casas donde se escondía, que hubiera un arma para su defensa “para no dar pretexto”, en caso de que lo capturaran, de ser muerto en la operación policial.
En otros países, ideologías y fanatismos enfrentados en acciones armadas han mostrado tal grado de crueldad como si una locura colectiva los hubiera contagiado. Pero esta violencia sin límites se producía entre los bandos en pugna. Pero nunca se ha visto que un líder impusiera una estrategia para provocar la muerte de los campesinos que lo apoyaban y, así, forzar el espíritu de venganza de sus deudos. Por eso, una columna senderista, después de realizar una emboscada cerca de un poblado, se retiraba raudamente sabiendo que la represión iba a arrasar la zona. A esto lo llamaba “dejar que la represión atizara las llamas de la revolución”.
También, en una reunión de mayo de 1985, el ‘presidente Gonzalo’ sostuvo que convenía a su estrategia que murieran campesinos inocentes y, de esa manera, “inducir al genocidio”. Y, después, pintar las paredes de los poblados cercanos con la consigna ¡mueran los genocidas!
Guzmán fue capturado el 12 setiembre de 1992 por el GEIN. Apenas un mes después, estando en El Frontón, pedía conversar con el almirante Américo Ibárcena en torno a un acuerdo de paz con el gobierno de Fujimori. Montesinos fue el enviado.
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