Nicolás Maduro, el heredero político de Hugo Chávez, ganó ayer la Presidencia de Venezuela por una ventaja sorprendentemente estrecha, que la oposición no reconoció, avivando las tensiones políticas en el dividido país petrolero.
Maduro, un exchofer de autobús que ascendió a la cumbre del chavismo a fuerza de lealtad, logró el 50.66% de los votos, frente al 49.07% del candidato opositor Henrique Capriles, para tomar la posta del Gobierno hasta el 2019 con un espinoso horizonte político y económico.
La autoridad electoral dijo que la victoria presidencial más cerrada en casi medio siglo es “irreversible”, pese a que el comando de campaña opositor aseguró que las más de 3,000 irregularidades registradas en la jornada electoral sumadas al voto en el exterior arrojarían unas cifras diferentes.
“Yo gané, gané por casi 300,000 votos”, dijo Maduro ante miles de seguidores frente al Palacio de Miraflores. “Sabremos qué hacer si alguien levanta su insolente voz contra el pueblo”, agregó en tono desafiante, al asegurar que sus adversarios buscan desestabilizar a la “revolución socialista”.
Capriles aseguró que desconocerá el triunfo oficialista hasta que se haga un recuento “voto a voto”, pero por el momento no llamó a sus seguidores a protestar a las calles.
“Ese resultado no refleja la realidad”, dijo el gobernador de 40 años. “Es un sistema que se está derrumbando, parece un castillo de arena, que lo tocan y se cae”, agregó.
El resultado desafió todas las encuestas, que apuntaban a una clara victoria de Maduro, y pone en vilo a la nación con mayores reservas mundiales de crudo, donde la polarización se agudizó tras una feroz contienda con las emociones a flor de piel tras la muerte de Chávez por un cáncer.
El nuevo líder del chavismo ganó por 230,000 sufragios, una sombra de los más de 1,5 millones de votos de diferencia con los que Chávez derrotó a Capriles en los comicios presidenciales de hace seis meses para un cuarto mandato que nunca puso asumir.
Tras el anuncio de los resultados, el chavismo festejó con bailes y cohetes, mientras la oposición golpeó cacerolas y clamó “fraude”, en el tenso final de una fugaz campaña donde reinaron los insultos personales sobre las propuestas concretas.
“Capriles debe quejarse ante el mundo. Hay que revisar caja por caja”, dijo Fernando Cabrera, un albañil de 48 años que votó por el aspirante opositor, quien supo motivar a su base tras las derrotas de las presidenciales y las regionales del año pasado.
En el chavismo, la victoria fue agridulce. El enorme impulso emocional desatado por la desaparición del “Comandante” y la promesa de Maduro de seguir con fervor religioso el plan de su mentor fueron insuficientes para revalidar un amplio triunfo.
“Por un lado estamos felices, pero el resultado no es exactamente lo que se esperaba”, dijo Gregory Belfort, técnico de computadoras de 32 años, en medio de una aguada fiesta de celebración en el centro de Caracas.
MOMENTO DIFÍCIL
La mínima victoria de Maduro agranda los enormes retos económicos que enfrenta en el corto plazo, con unas finanzas públicas presionadas, una creciente inflación y un severo desabastecimiento de productos básicos.
El nuevo líder del chavismo salió debilitado, con la posibilidad de presiones rivales dentro de sus propias filas, una heterogénea amalgama de socialistas radicales, políticos pragmáticos, militares conservadores y empresarios oportunistas unidos por el liderazgo indiscutible de Chávez.
“Tenemos un presidente que es un fracasado político que ni siquiera pudo mover su gente, y tenemos un líder como Henrique Capriles que logró que en menos de un mes un millón de venezolanos del oficialismo votaran por él”, dijo el opositor Julio Borges.
Mientras que Maduro basó su campaña completamente sobre la divinificación de Chávez, cuya combativa retórica y desenfadado estilo trató de imitar con poco éxito, los venezolanos le pasaron factura al Gobierno por el auge de la criminalidad, las fallas en los servicios públicos y la corrupción.
Sin el carisma, la florida oratoria y la llegada a la gente de su antecesor, Maduro promete ser el garante de los enormes planes sociales de alimentos subsidiados, salud primaria y viviendas que Chávez financió con la ingente renta petrolera.
El triunfo del chavismo hizo respirar tranquilos, por ahora, a aliados como Cuba, Bolivia o Nicaragua, cuyas economías dependen de los pactos petroleros que les otorga crudo a precios preferenciales.
“Tenemos que ponerle al Gobierno un ‘tatequieto’ (freno) y decirle ustedes no son dueños del país. Si ustedes creen que van a seguir regalando nuestro petróleo, que los cubanos van a estar metidos en las Fuerzas Armadas (…) están equivocados”, añadió Borges.
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