Diego Lombardi,Actor
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
Diego Lombardi no toma como una carga ser hijo de ‘Pancho’ Lombardi (cineasta) y de Giovanna Pollarolo (poeta). Al contrario, siente que esta situación lo ha ayudado en su carrera. Mal no le va: es el protagonista de La reina de las carretillas y este 31 de enero vuelve al teatro con la obra Botella borracha (de J a D, 8 p.m., en el Centro Cultural El Olivar, San Isidro).
Eres ingeniero. De pronto, decidiste ser actor…
Fue tan inesperado para los demás como para mí. Estudié Industrias Alimentarias, empecé a trabajar en un laboratorio, pero a los cinco meses me di cuenta de que no me gustaba, de que no podía estar en un solo sitio haciendo lo mismo todos los días; esperando el sonido de un pito que te decía a qué hora entrabas, a qué hora almorzabas, etcétera. Hasta entonces, yo había sido una persona libre. Cambié de trabajo: me fui a una empresa de conservas de pescado. Estuve tres años allí, pero al segundo ya estaba cansado. Un día, conversando con mi hermana, dijimos que debíamos hacer algo para relajarnos –ella había estudiado en la del Pacífico–, y decidimos hacer teatro. Desde que entré a mi primera clase en el Club de Teatro de Lima, me di cuenta de que no quería hacer otra cosa que ya nunca dejaría el teatro. Cuando subía al escenario sentía que yo desaparecía, dándome una sensación de libertad que antes no había vivido.
Entonces, no influyeron en esta decisión tus padres: el cineasta ‘Pancho’ Lombardi y la poeta Giovanna Pollarolo…
No, porque incluso yo ya tenía una empresa junto con mi hermana: vendíamos programas nutricionales. Mientras tanto, yo me había metido en el taller de Roberto Ángeles y estaba alucinado. Entonces, mi papá me dijo: “Ya deja esa empresa. Dedícate a lo que te gusta. Si no te pruebas ahora, no lo harás nunca”. Mi mamá no estaba tan segura del cambio porque, como poeta, había tenido el problema de la falta de un sueldo fijo. Y tenía un poco de pena porque sentía que no había hecho bien las cosas conmigo, que después de tanto esfuerzo yo estaba siguiendo su camino (risas). Tuve que convencerla de mi decisión y, la verdad, mis padres me han apoyado un montón. Pasé un año difícil, pero las cosas mejoraron.
Tu hermana ha sido asistenta de tu padre. Tu madre fue guionista de sus cintas. Le gusta trabajar con la familia, ¿no?
Mi padre disfruta compartir su espacio con nosotros. No nos vemos mucho, pero trabajar con él es un placer. No grita, no se queja, te habla con una calma absoluta y te dirige sin que uno se dé cuenta (ríe). Es un gran director de actores, esa es su principal virtud.
¿Cuánto te ha beneficiado ser su hijo?
No te voy a mentir: ser su hijo ayuda. Pero, si yo fuera un pésimo actor, no me llamarían más. Creo que me da una base sobre la cual moverme: si me paro sobre un escenario, siempre van a preguntar si soy su hijo, y eso llama la atención… y la verdad es que, físicamente, cada día me parezco más a él, no hay marcha atrás (ríe).
¿Eres un buen lector?
Leo, claro, no cinco libros a la semana, pero siempre tengo uno en mi mesa de noche. Y prefiero la narrativa, aunque mi madre hace la poesía que a mí me gusta: menos enredada, más narrativa, pero llena de imágenes. También escribo, vamos a ver si algún día muestro mis textos.
¿Te gusta la televisión que hace Michelle Alexander?
Con sus pro y sus contra, su trabajo me parece entretenido, de buenos productos, con un estilo propio. Inventan un universo propio que, con sus códigos, resulta verosímil. Ahora, no creo que la tarea fundamental de la televisión sea educar, menos en señal abierta y en horario estelar: la TV es entretenimiento. Solo digo que hay que evitar los excesos y, lamentablemente, eso pasa con algunos realitys que, además, le han quitado espacio a la ficción y, con ello, trabajo a los actores. Por eso, yo creo que es mejor ver ficción que un reality.
Otra de las características del trabajo de Alexander es su acercamiento a lo popular…
Su gancho está en que ella ha buscado que la gente se identifique con sus personajes. Hoy es la reina de las carretillas, antes el guachimán, antes una cantante, y así.
La televisión, además, da presencia mediática…
Yo tomo esto con gusto, pero hay que manejarla con cuidado porque la fama es como el teatro: efímera. Si uno se acostumbra a ella, puede hacerse daño.
Vuelves al teatro con Botella borracha…
Es una obra de Ernesto Barraza, a quien conocí en el taller de Roberto Ángeles y con quien hemos formado una productora teatral a partir de la emoción que sentí al leer El duende, su primera obra, que me hizo llorar y donde le pedí actuar… y de nuestra colaboración en Break, donde nos fue muy bien. Tan a gusto nos sentimos trabajando juntos, que ya tenemos un nuevo proyecto para este año, Rockstar, un montaje juvenil que habla de los sueños.
AUTOFICHA
- Siempre me gustaron los números, pero no sabía qué estudiar: quise ser dentista, doctor, pero terminé estudiando Industrias Alimentarias, todo alejado del arte.
- Soy cinéfilo. En el Festival de La Habana me di cuenta de que el universo del cine me gustaba, pero así como vino se fue. Seguí en lo mío.
- Estudié con Roberto Ángeles. Hice impro con Sergio Paris. Marisol Palacios me enseñó a meditar. Fui asistente de dirección de ‘Pancho’ Lombardi, mi padre.
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