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Opinión

El verano tiende a calmar a la mayoría de los ciudadanos. Son meses de playa y descanso en la costa, mientras que la temporada de lluvias en la montaña los obliga a quedarse en casa buscando resguardo.

Fritz Du Bois, La opinión del director
El verano tiende a calmar a la mayoría de los ciudadanos. Son meses de playa y descanso en la costa, mientras que la temporada de lluvias en la montaña los obliga a quedarse en casa buscando resguardo. Por lo tanto, no hay marchas y son muy pocos los que salen a hacer lío por algo. Además, no hay mayor actividad política –la revocatoria de Villarán es un hecho aislado– ya que el Parlamento está en receso y, en el Ejecutivo, el viajar reemplazando placas es lo único en lo que están interesados. Es una estación en la cual uno se olvida de la existencia del Estado hasta que llega el pago anual de impuestos en marzo.

Por otro lado, siendo un periodo de tranquilidad se puede reflexionar sobre cuánto hemos prosperado gracias al crecimiento económico del que venimos disfrutando desde hace años. Para empezar, hemos pasado de ser un país con una población desesperada por emigrar a cualquier costo a uno en el cual la clase media es ahora mayoría. Alguien que emigró cuando Vargas Llosa perdió la elección regresa por primera vez hoy y no reconoce ni siquiera su vecindario. Es increíble cuánto hemos cambiado.

En el camino han quedado enterrados problemas que, en su momento, muchos consideraban que arrastraríamos eternamente. La deuda externa, por ejemplo, obsesionó a más de una generación y parecía imposible encontrar una solución. El país estaba totalmente quebrado.

Incluso, el convertirse en ‘deudólogo’ llegó a ser una carrera muy demandada y que parecía tener un horizonte de largo plazo, aunque quienes la ejercieron nunca plantearon nada práctico. Ahora, la deuda externa del Estado no llega al 10 por ciento del PBI y el problema que nunca se iba a solucionar ha sido olímpicamente olvidado. Igual le ocurrió a la subversión, que prácticamente desapareció, y los ‘senderólogos’ ahora se han especializado en tratar de interpretar al narcotráfico.

Por otro lado, la pobreza va en la misma dirección. Si el país sigue creciendo al actual ritmo, el total de pobres en la población será de un solo dígito cuando celebremos el bicentenario. En ese momento, tanto los ‘pobretólogos’ como los demagogos –Arana, Santos, entre otros– estarán desempleados. ¿Qué generó el cambio? Básicamente, el haber liberado el mercado permitiendo que fluya la iniciativa del peruano y el haber disciplinado al Estado para que no vuelva a quebrarnos. Pero lo más importante de todo ha sido el haber logrado mantener esos dos principios básicos vigentes durante 22 años.

Por ello, en la tranquilidad del verano es bueno recordar los enormes beneficios de la continuidad, porque cuando los gobernantes se marean con la popularidad pierden el sentido de la realidad y cuando llega el frío invernal se terminan equivocando. Ya ocurrió con Garcia el Malo y con Fujimori al final de su mandato. Solo queda soñar con que todo el año sea verano.


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