Aldo Shiroma,Escultor
Autor. Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
Aldo Shiroma nos presenta una muestra entrañable. En Nostalgia de héroes están, reelaborados, aquellos héroes que marcaron su infancia (y la nuestra). Como dice, es un ejercicio de memoria afectiva. Hay que visitarla en la galería Fórum (Larco 1150, Miraflores).
¿Cuánto de niño hay en ti?
Un 10%, pero yo intento que sea el 80% (ríe). Trabajo mucho con mis recuerdos, con una intuición infantil, pero también soy consciente de que esa época ya pasó, que se escapó de mis manos.
Pero la pretendes asir…
Así es. Es importante evocarla no por ella en sí, sino por lo que la infancia representa: la inocencia, un mundo despreocupado, un lugar de respiro.
No en vano tu muestra se llama ‘Nostalgia de héroes’…
Decidí hacer algo para mí, homenajear mi infancia, mi etapa feliz. Es decir, esta muestra es un ejercicio de memoria afectiva. De la infancia tomé, con bisturí, un ítem, el de los héroes, un momento donde me sentaba frente al televisor o un cómic y creía lo que veía, lo que leía. Cuando veía las series y lanzaban bombas y destruían ciudades, créeme, yo pensaba en la gente de esas ciudades, me daban pena, creía que de verdad se moría… y me consolaba diciéndome: “Felizmente la pelea es en la parte deshabitada” (ríe).
¿Necesitamos volver a esos superhéroes?
Hoy todo es más gris, más sombrío. En mi infancia, los personajes eran buenos o malos, y los buenos se inmolaban por la humanidad. Ahora son oscuros, conflictuados. Es más, si hoy haces algún dibujo bonito, esperanzador, te consideran bobo.
¿Cómo te hiciste artista?
Siempre quise estudiar dibujo… pero crecí y me interesó la Psicología, pero mi padre, quien es médico, me decía: “Eres demasiado complicado para ser psicólogo” (risas). Para mi suerte, Miguel Uza, mi primo, entró a la Católica a Arte. Allí me enteré que se podía estudiar esa carrera. Lo comenté en casa y mi padre me dijo lo típico: “¿De qué vas a vivir?”. En esa circunstancia, estudiar Psicología ya no se veía tan mal (risas). Entonces, para que mis padres se sintieran más tranquilos les dije que iba a estudiar Diseño Industrial, que esa carrera te permitía trabajar en empresas, ganar bien, etcétera. Me vendí bien (ríe).
¿En verdad ingresaste a Diseño Industrial?
No, les mentí (risas), yo ingresé a Pintura. Lo curioso es que mi madre quiso ser pintora, entonces, me apoyó a cumplir mis sueños. Ya en Arte me cambié a Escultura. Más allá de que me sentía mejor y me expresaba más, me sentí más sincero trabajando en tres dimensiones. Pasaba ocho trabajando en arcilla, por ejemplo, y no me daba cuenta del paso del tiempo, lo que no me pasaba con la pintura, donde todo era lento. Allí me hablaban de la ‘gama de colores’ y otras cosas, y yo estaba pensando en mis esculturas (ríe).
¿Cómo encontraste tu estilo, tus personajes?
Al inicio, mis esculturas eran ácidas, violentas, pero no me sentía sincero. A escondidas empecé a trabajar una escultura, que no mostraba en mis clases, que la hacía cuando todos se habían ido; tallaba, terminaba el día, y la cubría con una frazada. Cuando el ciclo terminó presenté ese trabajo y no el que había desarrollado en clase. Así nació la primera de mis esculturas con animales: un jabalí al que su actual dueño lo bautizó con su nombre: ‘Leopoldo’… es un recuerdo entrañable pues allí inicié un diálogo más sincero conmigo mismo.
¿Qué hallaste en estos animales?
No lo tengo tan claro, y así está bien porque las sombras te ayudan a crear, a sugerir cosas nuevas. Encontré que el animal es un vehículo para aludir a algo más puro, primario e instintivo. A los animales les hemos asignado valores: el perro es fiel, la serpiente es traicionera, el león es valiente, es decir, vienen con una fuerza interna y esto me permite trabajar con ciertos valores. Y, claro, hoy tengo mis caseritos: Otto, un oso negro; Ícaro, un oso blanco; un cuy que se ha convertido en Astrocuy (ríe).
¿Y no quieres cambiar de estilo, de registro, de personajes?
Esta muestra va por ese lado. Quería ver hacia dónde me llevaban mis personajes. Retrocedí para ver mejor el panorama y allí me di cuenta que si algo había quedado en mi memoria eran los héroes de la televisión, por eso esta ‘Nostalgia de héroes’. Pero, al igual que en la universidad, tengo otros proyectos, trabajos secretos que me permiten respirar. He hecho instalaciones, por ejemplo, porque no es bueno hastiarse de algo a lo que uno le tiene cariño… estos proyectos ya llegarán a una galería.
¿Los nikkei tienen alguna sensibilidad especial?
No lo sé. Quizás estamos cerca de una estética determinada, a una tradición que bebemos desde pequeños. Justo conversaba con uno amigos sobre si existe un arte nikkei y establecimos que, formalmente, no, pero sí existe una cercanía con el trabajo manual, con la manufactura… pero esto también existe con un retablista ayacuchano… quizás solo haya una conexión emocional entre nosotros.
AUTOFICHA
- Crecí viendo historias de superhéroes. Tan fanático soy de esas series que le envié un correo al Capitán Nemo, el de las canciones. No me ha contestado (risas).
- Tengo una hija de dos años. En el verano mostré la escultura de un auto. Llegamos a la galería y lo abrazó: asumía que era su juguete (ríe).
- Los héroes de la ficción han cambiado. En mi infancia había los buenos y los malos, y los buenos se inmolaban por la humanidad. Hoy son oscuros, con conflictos.
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