Ariel Segal, Opina.21
Arielsegal@hotmail.com
Las canchas en donde se realiza el campeonato de tenis de Roland Garros se llaman así en homenaje al piloto francés, el primero en cruzar en avión el Mar Mediterráneo. Desde 1928 se juega en esa zona, en las afueras de París, uno de los cuatro torneos anuales más importantes (Grand Slam), en este caso el principal en polvo de ladrillo. Sin embargo, bajo ese polvo hay cenizas que, al igual que en el velódromo de la capital francesa, se estaban relegando al olvido.
Cuando la Francia de Vichy (colaboracionista del régimen de Hitler) fue obligada a entregar a “sus judíos” y disidentes para ser liquidados, los estadios de Roland Garros fueron transformados en campos de concentración para, desde ahí, enviar a los prisioneros a campos de exterminio, lo cual mantuvo a miles de personas –entre ellas el prestigioso escritor húngaro Arthur Koestler, quien logró escapar a Inglaterra – sobreviviendo en condiciones infrahumanas hasta la hora de su destino final.
Esto, junto con la concentración de más de 12 mil judíos parisienses en el llamado Velódromo de Invierno, cuya mayoría fue deportada, en julio de 1942, a fábricas de muerte nazis, no fue asumido por los diferentes gobiernos de Francia, como parte de un oscuro pasado del país, hasta el año pasado.
En julio de 2012, por primera vez, un presidente francés asumió que la redada de judíos para llevarlos a estos estadios para ser deportados fue un crimen cometido “en Francia por Francia” y, en palabras de François Hollande, para ejecutar esa operación no fue necesario movilizar “ni a un soldado alemán”. ¿Algún día los austriacos, ucranianos, polacos, croatas y otras naciones asumirán también su responsabilidad durante esos aciagos tiempos?
Con el velódromo demolido en 1960, el único santuario que queda en París para recordar a sus víctimas del Holocausto es el mismo que tiene para consagrar a los mejores tenistas del mundo.
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