Juan José Garrido,La opinión del director
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Hasta hace pocos días el mensaje del gobierno era unívoco: no hay ninguna necesidad de alarmarse, la desaceleración es por factores externos, todo está bien… tranquilos, niños, por favor. El miércoles, el ministro Castilla señaló al exministro Carranza como alarmista al acusarlo de generar un “pesimismo innecesario” luego de que este señalara que no crecemos por culpa directa del gobierno.
El paquete lanzado el miércoles por la noche, en el aniversario de la Sociedad Nacional de Industrias, entonces debe entenderse bajo un halo de economicismo hamletiano: “reactivar o no reactivar, ese es el dilema”. Optaron, en el discurso, por lo segundo.
En el papel, este paquete trismegístico parece muy bueno: reformas tributarias y laborales aunadas a la simplificación de procedimientos y permisos pueden, efectivamente, reactivar las inversiones. Y más allá de si se harán las reformas bien, y si las mismas reactivan la economía, lo primero a señalar es que la duda hamletiana del gobierno dejó de existir. Por preferencias reveladas entendemos que el gobierno, al igual que sus críticos, asume que se necesita recuperar la senda perdida: hemos perdido competitividad, hemos perdido el ritmo de inversiones de largo plazo (exploraciones mineras y de hidrocarburos, agro, etc.), y todo ello se ha traducido en una disminución del PBI. ¿Eran necesarias? Claro que sí.
Visto esto, no podemos realizar predicciones acerca de la efectividad del paquete, ya que se desconoce el contenido íntegro del mismo; lo que sí vemos difícil es que genere entre 1,5% y 3% de crecimiento adicional al PBI actual. Esas cifras no implican solo inversiones, sino además reformas estructurales en temas institucionales, educativos y de infraestructura que toman décadas. Sin embargo, es indudable que se requieren estas reformas para mejorar el ambiente de negocios local, y ojalá mejoren las expectativas y la confianza de la inversión privada.
Ha hecho muy bien el gobierno en reafirmar su compromiso con el desarrollo del país; habrá que entender, entonces, las dudas previas como un accidente retórico antes que como una equivocada percepción de la realidad.
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