28.ABR Domingo, 2024
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Opinión

Juan José Garrido,La opinión del director
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Pasadas las 48 horas desde la denuncia periodística propalada por Cuarto Poder, que involucra nada menos que al asesor principal del Premier Cornejo en un complot para desprestigiar al congresista Víctor A. García Belaunde, las reacciones de Palacio dejan poco a la imaginación.

Está claro que las explicaciones del Premier Cornejo no convencen ni a su sombra. Luis Zegarra no era un asesor cualquiera en la Presidencia del Consejo de Ministros; era una persona cercana, de confianza, producto de una relación que data de años. Es, por lo tanto, difícil para el Premier desligarse a nivel personal.

Cornejo, enterado de la denuncia, emitió un comunicado el día domingo –tratando, imaginamos, de paralizar la propagación del reportaje– donde acepta “la renuncia” del Sr. Zegarra. ¿La renuncia? Lo que el Sr. Zegarra proponía a su interlocutor en el audio revelado no sólo sería una práctica condenable, sino también criminal. ¿Renuncia? Lo que el Premier Cornejo debió hacer, si no tuviese nada que esconder o proteger, era despedirlo y solicitar la intervención de los fueros regulares.

Pero no, el Premier creyó suficiente aceptar la renuncia y disponer las investigaciones necesarias; en buen cristiano, hasta acá nomás llegó el problema.

Lo peor de esta historia, sin embargo, es lo que pasó a continuación. El presidente Humala, lejos de actuar ante semejante denuncia, pasó el escándalo por agua fría. Por increíble que parezca, el mandatario no se dio ni por enterado. En resumen, en el Perú actual un asesor de la PCM puede orquestar una campaña de desprestigio contra nada menos que un congresista de la república y todo queda ahí, a la deriva. Increíble. Así como es increíble que no exista un ministro capaz de renunciar frente a la inmundicia observada, ni uno sólo que diga “hasta acá llego, yo con estos no sigo ni un minuto más”.

Esto, en cualquier otro país, sería un escándalo mayúsculo. Acá, como vemos, la práctica de amedrentamiento y hostigamiento parece ser pan de cada día. Si así tratan a un congresista, sólo imaginen qué nos espera al resto.


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