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Opinión

El objetivo latinoamericano es y debe seguir siendo la integración total y profunda, haciéndonos una sola entidad mundial.

Mauricio Mulder,Pido la palabra
Congresista

El texto de la Declaración de Lima, que en abril del 2011 suscribieron los presidentes Felipe Calderón de México, Sebastián Piñera de Chile, Juan Manuel Santos de Colombia y Alan García del Perú, comienza con una declaración en la que los tres primeros saludan al cuarto por la invitación que recibieron de su parte para formar un Área de Integración Profunda entre los cuatro países.

Alan García vino proponiendo a esos países explorar los mecanismos de integración entre sí, en la medida en que se venían constituyendo en las naciones que, a diferencia de otras de la región, mostraban con sus políticas económicas y sociales los más sólidos avances latinoamericanos en materia de crecimiento económico, distribución de la riqueza, lucha contra la pobreza y afianzamiento de la democracia representativa no reeleccionista que suscitaban el aprecio de la mayoría de países desarrollados ávidos de encontrar mercados estables para el ensanchamiento de sus economías.

La velocidad con la que estos países, a los que se han sumado en su interés de incorporarse Uruguay, Panamá, Costa Rica, Canadá y varios extra continentales, destaca en la realidad actual frente al marasmo y el auténtico fracaso de otros organismos multilaterales del continente que, siendo más antiguos, debieran haber mostrado mayores y mejores avances en conseguir los anhelados esfuerzos de integración regional. Hoy, lo que sirvió en su momento para que el militarismo oligárquico persiguiera a Víctor Raúl Haya de la Torre acusándolo de “internacionalista” ya se convirtió en una verdad universal. El objetivo latinoamericano es y debe seguir siendo la integración total y profunda, haciéndonos una sola entidad mundial de sólida presencia y firme anclaje en valores democráticos y de desarrollo con justicia social.

Pero ese sueño largamente acariciado todavía es un reto inalcanzado. Cuando vemos cómo Europa, que hace solo 60 años protagonizaba entre sus países la guerra más sangrienta de la historia de la humanidad, hoy luce una integración envidiable, no obstante distintas lenguas, distintas culturas, distinta historia y, por otro lado, observamos los tímidos avances latinoamericanos pese a tener la misma cultura, la misma lengua y la misma historia, entonces tenemos que expresar una alarma al respecto.

Diríamos, desafortunadamente, que hoy el continente se encuentra más desunido que nunca, hecho agravado por el componente ideológico del chavismo, que ha creado un club de amigos y automáticamente segmentado otro de supuestos “enemigos”. Diríamos que el Acuerdo de Cartagena o CAN ha dejado de ser un objetivo posible y hoy languidece en un marasmo empantanado sin rumbo y sin cohesión. Y ello porque la realidad ha demostrado que no solo es la proximidad geográfica lo que determina una integración, sino que deben encontrarse, además, otros mecanismos más sólidos de anclaje, basados sustantivamente en patrones económicos más comunes y en objetivos políticos más democráticos, además de la voluntad política.

La Alianza del Pacífico es una de las propuestas más audaces y firmes en materia de integración. Tienen entre sí libre comercio, y es requisito para cualquier otro que quiera ingresar tener también TLC con los demás. Llevan así la locomotora de la integración continental, y lo hacen sin necesidad de “competir” con otros ensayos de integración con horizontes menos claros.

Es, por tanto, un replanteamiento de las dimensiones de la integración sobre la base de la compatibilidad económica, la complementación comercial y la defensa de la democracia basada en el Estado de derecho y no en los caudillismos iluminados.


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