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Opinión

Hace dos días falleció Manuel Cortez, secretario de Defensa Laboral de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP). Manuel fue un luchador sindical desde cuando en Chimbote, con 23 o 24 años, fue elegido máximo dirigente del Sindicato de SiderPerú.

Santiago Pedraglio,Opina.21
A partir de entonces fue un sindicalista serio, dedicado, honesto y pertinaz, al mismo tiempo que, seguramente, “difícil” para la patronal.

La pasión que impregnó a su actividad política y sindical supo distinguir muy bien los límites de la fuerza organizada. Deslindó y luchó contra los que optaron por la violencia armada.

En su temprana juventud estudió Ingeniería Química en la Universidad de San Marcos. Más tarde decidió ser dirigente sindical, y serlo para toda la vida, hecho que hay que admirar y destacar. Continuó siéndolo en tiempos en los que es algo tan devaluado –y sin embargo, tan necesario– como ser profesor de escuela pública.

Entre los tiempos que hoy predominan, de supuestos ganadores y perdedores, Cortez, como un puñado de otros dirigentes sindicales, persistió en ubicarse con los “perdedores”, en un movimiento sindical debilitado y minoritario en relación con la población económicamente activa. Le tocó navegar a contracorriente. En esta dura ruta, informa la CGTP, Cortez lideró “la reposición de más de 40 mil trabajadores que fueron despedidos por la dictadura fujimontesinista”.

La crisis económica de 1985-1990 y los primeros años del fujimorismo le dieron un duro golpe al movimiento sindical. Hoy, la muerte del dirigente Manuel Cortez recuerda que el sindicalismo puede ser, contra lo que piensan muchos, un factor de mayor equilibrio de fuerzas entre el mediano y el gran mundo empresarial y los trabajadores, en su gran mayoría debilitados y desorganizados.


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