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Opinión

Ayer murió Nelson Mandela, el gran sudafricano que luego de sufrir más de 27 años de prisión (1962-1990) se propuso transformar una sociedad racista y segregacionista, como era su país, en una comunidad política nacional.

Santiago Pedraglio,Opina.21
spedraglio@peru21.com

Desde muy joven militó en el ANC (Congreso Nacional Africano); condujo la Liga Juvenil de esta organización política y dirigió su brazo armado (1961). Pero el combatiente antisegregacionista, después de su larga carcelería, alcanzó la presidencia de su país por la vía democrática (1994).

Ya presidente, Mandela supo poner por delante, con una admirable mirada estratégica, el fin del racismo y la reconciliación entre las “sudáfricas”, distintas y contrapuestas, incluso por encima de la reducción de las brechas sociales y económicas que aún separan a sus connacionales.

Logró morigerar el ánimo de revancha de sectores de la población negra contra la población blanca que los había humillado. Supo evaluar la importancia simbólica de los procesos de reunificación y, si se quiere hablar en jerga sociológica, de transición a la democracia.

No solo buscó la unidad en torno al equipo de rugby que había sido símbolo de la dominación blanca y que conquistó el campeonato mundial (1995); logró que sus partidarios aceptasen la mantención del antiguo himno del poder blanco, y que se sumara a este el libertario de las grandes mayorías negras.

El privilegio de la construcción de una comunidad nacional que –con sus rencores embalsados–, diera base a un régimen democrático, también hizo que optara por la reconciliación, antes que por la guerra civil para “saldar cuentas”. Alentó, por ejemplo, antes que la condena penal, el arrepentimiento y el autorreconocimiento de los crímenes ante toda la sociedad.

No fue, pues, Mandela, un político ingenuo ni pacifista a ultranza, sino un dirigente extraordinariamente realista y empático, que supo construir una fuerza política y una corriente de opinión que reconocieron que, en las circunstancias que vivía su país, antes que desangrarse en una nueva guerra, era imprescindible el acuerdo democrático basado en el respeto de los derechos de la mayoría negra y de la minoritaria –e históricamente dominante– población blanca.


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