Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com
Los “aliados” se espían entre ellos, y luego, cada uno por su lado, espía al mundo; y cuando a alguien se le ocurre denunciar la dictadura tecnológica o contar la verdad, se transforma en un peligroso terrorista. Los casos de Assange –refugiado en la embajada ecuatoriana de Londres–, del soldado Manning –sometido en EE.UU. a un régimen carcelario destinado a enloquecerlo– y del exespía Snowden –aguardando un avión imaginario en el aeropuerto de Moscú– son los ejemplos más relevantes de esta locura. Dice Eduardo Febbro que se trata de “un momento tan exquisito de hipocresía, cinismo, sumisión, violación del derecho internacional, abuso del poder tecnológico y paternalismo occidental” que “merece un lugar destacado en la historia humana”. En el atentado contra Morales, varios países, gobernados por los herederos de la ruina moral de un sistema que solo se puede tener en pie por la violencia y el espionaje, compitieron por complacer al amo con distintas muestras de obsecuencia. España superó todo límite advirtiendo que en el avión del presidente boliviano podría viajar Snowden. Y su presidente, ese semoviente llamado Rajoy, en lugar de disculparse, afirmó que lo importante fue saber que el exespía no estaba a bordo. ¿Importante para quién? Para todos aquellos, con USA a la cabeza, que están espiando a sus ciudadanos. Como Francia que, según revela Le Monde, hace con sus ciudadanos lo mismo que USA hace con ellos. Si esto no es locura es, al menos, lo que más se le parece.
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