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Opinión

Cuando un hijo nuestro empieza a dialogar con un ser que nosotros no podemos ver, nos asustamos.

Lucía de Althaus,Opina.21
quererteatiperu21@gmail.com

Cuando un hijo nuestro empieza a dialogar con un ser que nosotros no podemos ver, nos asustamos. Creemos que está loco y pensamos qué malos padres hemos sido para que tenga la necesidad de recrear en su mente a un compañero imaginario. Pero, mirándolo desde una perspectiva no-patologizadora (o más positiva), se podría entender que no necesariamente está mal aquel que tiene amigos imaginarios, sino que podría tratarse de un niño con bastante creatividad e imaginación que, frente al sentimiento de soledad (suele sucederles a hijos únicos o a los menores de las familias), encuentra la manera de acompañarse. O podría tratarse de un niño tan introvertido, a quien le cuesta tanto comunicar sus sentimientos, que prefiere hacerlo a través de su amigo imaginario (“Mamá, Tomás está molesto porque su papá no viene temprano a jugar con él”). En cualquier caso, si bien se trata de un recurso inteligente y creativo, es también una oportunidad para estar atentos y escuchar qué nos puede estar queriendo comunicar con la existencia de este amigo, para así conocer mejor las necesidades y/o preocupaciones de nuestro propio hijo.


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