Aldo Mariátegui,Ensayos impopulares
amariategui@peru21.com
Como es caviar y no hay a quién invitar sobre votaciones, ya se olvidó esto), los mohines piadosos de la cómica sobrina de Hildebrandt (que lea lo que escribió su tío sobre Thorndike a su muerte o su elogio sobre el cáncer de Ampuero), al insoportablemente melifluo Renato Cisneros arañándome y llamándome HdP, a mi mamama Patty del Río mostrando con sus regaños que es una tradicional limeñita blanca escapada de Ña Catita y a un ignoto novelista como Diego Trelles (apodado ‘Chibolín’ en el mundo literario por su impresionante parecido físico), que me pronostica “que terminaré mis días en la fosa común del olvido colectivo” (que es donde él mora ahora como literato junto al “anticuario” Faverón…).
Y no faltó el elenco, mis zurdos “groupies” y rabonas que no dejan de leerme para religiosamente vapulearme. Nunca van al fondo del asunto y me rebaten, sino me insultan, me acusan –medievalmente– de “traicionar mi apellido” (¿?), me amenazan, me tildan de “fujimorista” (¿y qué queda para sus ídolos RMP o AAR?) o exigen totalitariamente que no tenga tribuna. Se ponen hipersensibles sólo por escudriñar a un fallecido (¿la Historia no es el análisis de los muertos?), pero bien que celebraron la muerte de Thatcher y las bajezas de Morrissey o la caricatura infernal de Carlín. ¡Allí sí no se tocaba a un muerto!
¿Y qué querían? ¿Que le elogie, como varios hipócritas? ¿Que calle, siendo acusado de promover una “injusta” sanción? No, pues. Crezcan.
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