Santiago Pedraglio,Opina.21
En un discurso ante la SIP (1996) García Márquez recordaba: “a los 19 años –siendo el peor estudiante de derecho– empecé mi carrera como redactor de notas editoriales, y fui subiendo (…) hasta el máximo nivel de reportero raso”. Esta afirmación es su particular manera de rendirle homenaje a lo que para él era el núcleo más vivo del periodismo: el reportaje.
En varios textos García Márquez se queja con dureza de cuánto se ha minimizado la importancia del reportaje; de cómo el afán por la primicia se engulle la calidad y la precisión de la noticia; de cómo se ponen entre comillas declaraciones no textuales; de cómo se citan fuentes anónimas que en realidad no existen; de cómo, finalmente, se cometen agravios que quedan en la impunidad.
Es su queja ante las manipulaciones que algunos medios o periodistas instalan como forma “natural” de hacer su labor. Y es que él no imaginaba un periodista carente de curiosidad y que no escriba bien, pero sobre todo sin ética, entendida como compromiso con la verdad y con reglas básicas de la profesión: “En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los ojos, pierde”.
Era, pues, un apasionado. Como los hay en el Perú, felizmente. Profesionales que han pasado por mil batallas, como Edmundo Cruz, de La República; y periodistas jóvenes como Nelly Luna, recién salida de El Comercio, que en su breve recorrido ha escrito excelentes y arriesgados reportajes. Sea este un homenaje al grande que se va, físicamente, y a los que día a día trabajan para hacer que su oficio sea “el mejor del mundo”.
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