Juan José Garrido,La opinión del director
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El lunes 23 de junio el gobierno prometía aires nuevos: no sólo cambiaban tres caras en el gabinete, sino que inyectaban experiencia y gente de acción. Mi editorial del martes 24 consignaba nuestras primeras impresiones: dos aciertos (el ingreso del embajador Gutiérrez a la Cancillería y del economista Gallardo a Transportes y Comunicaciones), y una duda, el ingreso del Sr. Urresti al Ministerio del Interior.
“Hasta donde sabemos, Urresti fue un personaje muy activo en el área de inteligencia en la década del noventa. Proviene, según fuentes confiables, del entorno de Adrián Villafuerte, recordado exasesor palaciego que hoy trabaja con el gobierno ‘a la sombra’. Lamentable, ya que son estas áreas las que necesitan –más que nunca– mayor transparencia y legitimidad. No solo por el excesivo gasto militar, sino también por casos delicados como el de López Meneses”, fue el resumen de esta columna (Ver “Lo bueno, lo malo y lo feo”).
No habían pasado ni unas horas del juramento en Palacio y llegaron las primeras denuncias en contra del flamante ministro Urresti. Denuncias que, hoy sabemos, son sólo la punta del iceberg de un pasado oscuro. En el diario nos llamó la atención cómo es que nosotros recibíamos dichas denuncias y en Palacio o no sabían de ellas, o sabían y parecía no importarles. Estamos hablando, recordemos, del principal actor en el Ejecutivo frente a la primera preocupación ciudadana: la inseguridad.
Hoy, tras escuchar las declaraciones del ministro Urresti, la duda ha quedado despejada. Lo sabían. Y no les importó. El ministro del Interior se encuentra inmerso en un proceso por un crimen de lesa humanidad, el Presidente del gobierno tenía conocimiento de ello, y aún así le otorgó el cargo.
Una vez publicada la denuncia, el gobierno siguió actuando igual. Tuvimos que esperar horas para escuchar un pronunciamiento al respecto. ¿De quién? Del ministro cuestionado. ¿Qué dijo? Nada, que con él no era la cosa. ¿Qué sabemos de Palacio? Nada, como de costumbre. Con ellos tampoco es la cosa. A eso hemos llegado. La pregunta que falta, como siempre, es ¿a dónde estamos yendo?
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