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Soy mamá y psicóloga especialista en crianza, pero mis múltiples teorías psicológicas sobre cómo tratar a una niña de dos –terribles– años se me desvanecen cuando me veo enfrentada a una pequeñita que, luego de decirle 4 veces que hay que cambiarse para ir al nido, vuelve a responder –muy tranquila– un nítido “no”.

Lucía de Althaus, Opina.21
www.parentalidad.pe

Soy mamá y psicóloga especialista en crianza, pero mis múltiples teorías psicológicas sobre cómo tratar a una niña de dos –terribles– años se me desvanecen cuando me veo enfrentada a una pequeñita que, luego de decirle 4 veces que hay que cambiarse para ir al nido, vuelve a responder –muy tranquila– un nítido “no”. Intento primero ser consecuente con mi profesión, y aplico la táctica de ser empática elaborando una frase sobre la supuesta frustración que provoca tener que parar de jugar para cambiarse. Cuando voy por el tercer intento “psicológico-empático”, para que baje la guardia y ceda, me doy cuenta de que no sirve de nada pues ella solamente quiere darme la contra e imponerse ante mí. En ese momento, mi instinto –hasta ese momento subyugado– sale a flote y me dice que tengo que ponerme firme y hasta gritar, si es necesario, para que me haga caso. Ella llora y yo siento culpa. Pero, a los tres minutos, ella se repone y, muy contenta, me dice: “¡Ya nos vamos al nido!”. Las teorías son relativas, el instinto no.


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