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Negociador incansable, Camet ha sido, sin duda, el artífice de casi todas las reformas que han transformado al Perú.

Roberto Abusada Salah,Punto de vista
Economista

Transcurrían los últimos días de 1992 cuando, bien pasada la media noche, llegó a mi casa, sin aviso previo, el ministro de Industria. Venía de Palacio, donde había ido a expresar al ex presidente Fujimori su preocupación por el inesperado relevo del ministro de Economía Carlos Boloña. Para su sorpresa, y en lugar de la persona nominada a reemplazar a Boloña, Fujimori le pidió que sea él el nuevo ministro. Negociador nato, Jorge Camet me dijo esa madrugada que, no siendo él economista, había accedido a condición de que yo lo acompañase como su jefe de Gabinete de Asesores. Por más de cinco años permanecí al lado del ministro más longevo en la cartera de Economía y soy, por tanto, testigo de excepción de la enorme deuda que tiene el Perú con Jorge Camet.

El martes pasado, en una clínica local, la Confiep le entregaba la Medalla al Mérito Empresarial—sin duda alguna, un merecido homenaje al empresario; queda pendiente, sin embargo, el reconocimiento al estadista.

Camet tomó las riendas de la economía de un país fallido.

Después del inevitable shock económico de agosto de 1990, y peor aun, después del autogolpe de 1992, el Perú continuaba siendo un paria internacional, sin crédito, con una deuda impaga igual al 60% de su PBI e inelegible para la asistencia del FMI o el Banco Mundial. Las reservas propias en el BCR sumaban sólo 311 millones de dólares.

El nuevo ministro tuvo que lidiar con la inflación de 4.85% en su primer mes de gestión, un crecimiento anual negativo de 0.4% y la pobreza del 64% de la población, agravada por la falta de energía eléctrica, una crisis sanitaria y el terrorismo. Recuerdo todavía a un funcionario internacional describiendo la situación de un país fallido, mientras procedía a asearse con agua embotellada por temor al contagio, en medio de la epidemia del cólera.

Negociador incansable, Camet ha sido, sin duda, el artífice de casi todas las reformas que han transformado al Perú. Normalizó las relaciones con el Banco Mundial y el FMI, reinsertó al país en la comunidad financiera internacional renegociando las deudas con los países integrantes del Club de París y la ex Unión Soviética para luego lograr un ventajoso acuerdo con la banca internacional en el Plan Brady, no sin antes concluir, con sagacidad y pulcritud extrema, un programa de recompra silenciosa de una porción importante de la deuda a un descuento del 75% sobre la suma del principal e intereses devengados.

El proceso de normalización de la economía requirió también atender innumerables y complejas negociaciones especiales. En todas estas negociaciones, Camet brillaba extrayendo concesiones extraordinarias y defendiendo, con fervor y pragmatismo, los intereses del Perú.

Pero son, a mi juicio, las reformas modernizadoras de la economía, hoy por todos admiradas, las que mejor reflejan su visión y dotes de estadista, desde la creación del Sistema Privado de Pensiones, la apertura de la economía y la privatización de gravosas empresas estatales, hasta el sinnúmero de medidas de fomento y creación de confianza que originaron el auge de inversión privada, la creación de empleo y la reducción de la pobreza que hoy exhibe el Perú.

En cinco años de trabajo honesto y eficaz, Jorge Camet logró no sólo que la economía crezca 40%, logró ponerla en la senda de desarrollo en que hoy se encuentra. El Perú entero se lo agradece.


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