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Opinión

Al igual que su premier, el que habla en acertijos cuando Humala se refiere a una “economía más equilibrada” está pensando exactamente en lo contrario.

Fritz Du Bois, La opinión del director
Al igual que su premier, el que habla en acertijos cuando Humala se refiere a una “economía más equilibrada” está pensando exactamente en lo contrario.

Así tenemos que cuando manifiesta su deseo de encontrar un –inexplicable– punto medio entre el control estatal de la economía de Velasco –que fue un desastre– y las políticas relativamente liberales que aún estamos aplicando –que han dado buen resultado– en realidad lo que está diciendo es que quiere que el Estado, nuevamente, intervenga en los mercados. Con lo cual lo único que va a lograr es justamente desequilibrar la economía, lo que sin duda frenará el crecimiento. Por lo que los peruanos ya podemos ir preparando el entierro del ‘milagro’.

Por otro lado, no da ninguna explicación de la manera cómo su gobierno ha llegado a la brillante conclusión de que sería bueno para el país que el mercado de gasolina sea monopolizado por el Estado. Evidentemente, no tiene cómo justificarlo. En realidad, es ridículo y a la vez aterrador que por la simplista añoranza que tienen en el Ejército del poder que tuvieron como institución durante la dictadura de Velasco.

–que nunca han recobrado– pueda Humala estar tan equivocado sobre el verdadero impacto de ese periodo tan nefasto. En todo caso, nunca es tarde para que revise nuestra historia económica el mandatario.

Por ello, es bueno recordarle que entre 1970 y 1990, cuando los funcionarios públicos jugaron a ser banqueros o empresarios, la banca asociada y las empresas públicas fueron un barril sin fondo acumulando una pérdida de 12 mil millones de dólares, de acuerdo con los balances que fueron publicados. Monto que no incluye en lo más mínimo el enorme costo económico del atraso en el que nos dejaron. De cualquier manera, solo esa pérdida registrada traída a valor presente representa no menos de 50 mil millones de dólares, equivalente a 6,250 dólares por cada uno de los ocho millones de pobres que aún tenemos entre los peruanos.

Por otro lado, no hay ni una empresa estatal que pueda argumentar que ha desarrollado algo que no se hubiera logrado a través del sector privado sin que ello le hubiera costado un ojo de la cara al Estado. Más bien, todas sin excepción nos estancaron.

Por ejemplo, Electro Perú fue la causante de los apagones que sufrimos por 20 años, mientras que la CPT y Entel nos mantuvieron aislados e incomunicados. Enapu, por su parte, operó los puertos más ineficientes y caros. Además, Sedapal y otras han logrado que no tengan agua la mitad de los hogares peruanos. Asimismo, Petroperú nos convirtió en importadores netos y tuvimos periodos de racionamiento en los cuales los automóviles de los ciudadanos no podían ser usados a diario.

Al final, en el Perú la historia del rol empresarial del Estado es la de un brutal fracaso. Es por ello realmente inexplicable que alguien quiera resucitarlo, salvo que haya gato encerrado.


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