Gonzalo Pajares Cruzado (gpajares@peru21.com)
Los hermanos Karamazov es un clásico de Fedor Dostoievski que hoy resulta universal. Por eso, atreverse a hacer una adaptación es un riesgo que Mariana de Althaus decidió asumir con humildad. Los resultados conmueven.
¿Por qué decidiste afrontar el reto de llevar al teatro un clásico de la literatura mundial?
Leí Los hermanos Karamazov en la universidad, pero no le presté demasiada atención. Recién cuando me tocó escribir su adaptación radial para el programa Mi novela favorita, decidí llevarla al teatro. Y creo que la he hecho en el momento justo.
¿Cómo ha sido tu ‘lectura’ de la obra?
Desde el inicio tuve claro que tenía que ser lo más respetuosa y fiel posible a lo contado por Dostoievski. No traté de hacerme la ‘original’, pues la novela ya lo contiene todo. Mi propósito fue tratar de rescatar la esencia de la novela, ser fiel a ella, a Dostoievski… lo cual puede ser un despropósito teniendo en la mano una novela de 1,100 páginas. Es decir, cualquier adaptación de un texto así va a ser una traición, una simplificación, una banalización del original. Pero me atrevía porque yo no quería lucirme, sino dejar que la novela lo hiciese.
¿Cuán original resultaste?
Uf. No lo sé. Casi todas las adaptaciones que vi de la obra sacrificaban elementos que a mí me resultaban fundamentales: por ejemplo, la historia de Elías y su padre, pues siento que allí está lo esencial de lo que Dostoievski quería decir: la injusticia, el sufrimiento de los niños, la fragilidad infantil. Recordemos que el novelista perdió dos hijos y él mismo, cuando fue niño, también sufrió mucho.
Los dramas familiares son un tema recurrente en tu obra. ¿Has psicoanalizado eso?
Algo así es bastante natural. Ahora, esto es una tendencia universal, pasa con muchos dramaturgos contemporáneos… quizás porque la familia está en crisis y su núcleo está en cuestión. Hoy, nadie quiere comprometerse, nadie quiere atreverse a formar una familia. Quizá por eso yo me pregunto cómo se crían los hijos, cuál es la relación de estos con sus padres, cómo seremos los hijos cuando nos toque ser padres. Ahora, la elección de mis temas responde a una decisión irracional, pero que siempre está presente en mi vida: cuando converso con mi familia, hablo de la familia, de mi pareja, de mi hija, de mi nuevo embarazo, de mis padres. Yo no hablo de política, mi vida es muy doméstica y, quizás por eso, mis temas son domésticos.
La figura del padre, como alguien que es luz y también opacidad, también es frecuente en ti…
Quizás porque vivimos en un país de padres ausentes y esto puede producir una idealización de la figura del padre. Por ejemplo, yo no crecí con mi papá, pues él y mi madre se separaron, pero siempre lo idealicé; era mi sol. Muchas veces, las mujeres vemos a nuestros padres como seres intachables, y es con nuestras madres con quienes tenemos una relación muy conflictiva. En mi caso, mi relación con mi madre siempre ha sido complicada, y hoy esto lo reproduzco con mi hija, pues mi relación con ella es compleja.
Pero también están los hijos que cuestionan…
Padre nuestro fue una obra que me ayudó a abordar Karamazov, porque me ayudó a acercarme a esa relación que tienen los hombres con sus padres, que es muy distinta a la que podemos abordar las mujeres. El universo masculino me interesa mucho: las mujeres tendemos a simplificar a los hombres, pero ya no estoy tan segura de cuán simples son ustedes; en todo caso, hoy les reconozco muchos matices (risas). Como crecí rodeada de mujeres, los hombres me parecen fascinantes (risas). Ahora, en mis obras, muchas veces el hombre no sabe qué hacer, no sabe cómo ayudar… al final termina siendo una figura ausente; no digo negativa, sino ausente. Al final, son las mujeres las que solucionan los problemas.
¿Tienes una vocación por los temas universales, aquellos que se alejan del sabor local?
Las reflexiones sociológicas o políticas que yo pueda hacer a partir de mis obras aparecen después, cuando estas ya están montadas: me interesan más las personas que las sociedades, más los dramas personales que los sociales. Ahora, es verdad que puestas ya en el escenario sí me doy cuenta del porqué las hice, cuánto tienen que ver conmigo, qué me impulsó a hacerlas y, lo mejor, qué me llevó a escribirlas.
¿Qué te llevó a montar Karamazov ?
Su complejidad, su capacidad de conmoverme. Yo tengo una espiritualidad no satisfecha: una parte de mí busca un acercamiento espiritual hacia algo, pero, como no tengo una fe religiosa –y la Iglesia Católica me parece terrible–, no he podido copar mi necesidad espiritual. Karamazov me ha ayudado en esto, pues allí se cuestiona la existencia de Dios, se habla de la lucha entre el bien y el mal y del dolor de los niños… algo que no sé porqué, pero me conmueve.
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