Buenos y hasta excelentes libros de cuentos han aparecido en los últimos años entre nosotros. Puedo mencionar dos que me parecen especialmente logrados: Todo termina esta noche (2015) de Johann Page y El fuego de las multitudes (2016) de Alexis Iparraguirre. Hace unos meses, Miguel Sánchez Flores (La Plata, 1979) publicó una colección de relatos, Ciudades vencidas, que si bien no alcanza la excelencia de los títulos mencionados, tiene más méritos y bastante más interés que el promedio de narraciones breves que encuentro habitualmente en las librerías y presentaciones de nuestro a veces desconcertante circuito cultural.
La virtud más resaltante de estos cuentos es la precisión y esencialidad con la que están trabajados. Los hechos contados con sobriedad fluyen casi siempre sin excesos ni efectismos, desarrollando densas atmósferas donde prima la soledad, el abandono, la incomprensión, el rastro del tiempo que todo lo deteriora.
Es el caso de “Despedida”, relato sobre el fin de una relación y un viaje de emergencia para confrontar a la muerte, el que se trunca por un accidente que arrebata lo poco que el protagonista deseaba salvar de su pasado; el del sugerente “El Couple Riding de Kandinsky”, cuento labrado con una apreciable pericia técnica en el que una mujer que ha vivido insatisfecha, sin hallar su lugar en el mundo, encuentra la felicidad ad portas de un cataclismo; o el de “El conjuro de los siete cabellos”, historia donde la obsesión por una joven poeta de renombre impele a un sencillo librero a dejar todo rastro de su vida anterior para entregarse a sus caprichos y a extraños ritos de magia negra en la que su destino acaba por disolverse.
Hay también en Ciudades vencidas textos que no están a la altura de lo esperado: “El día que murió Kennedy” promete mucho más de lo que su facilista final impone. “Piura 79” se desmembra mientras avanza la lectura en anécdotas familiares sin gracia ni rumbo. Finalmente, “La mirada nostálgica en tu obra”, el cuento más ambicioso del libro, tiene sin duda pasajes valiosos, pero sucumbe por ciertos lugares comunes sobre el mundo literario e innecesarios pies de página que nada aportan a la narración.
Aunque en apariencia el libro de Sánchez Flores gira en torno a las “ciudades vencidas” aludidas en su título –poblaciones de la costa peruana como Pimentel, Piura, Chepén, Chiclayo-, el verdadero leitmotiv de estos cuentos son las mujeres que ingresan a las vidas de hombres frágiles o desesperanzados para desbaratarlas o marcarlas para siempre. Mujeres de carácter dominante, usualmente blancas y pecosas, cuya sola presencia es el canto de sirena que conduce a quienes se enamoran de ellas a la perdición. Quizá la excepción a la regla sea “Pimentel”, donde un tío carismático y homosexual anuncia su matrimonio con una joven agraciada, rubia –y también pecosa, porque las fijaciones son así– que sirve como feliz y perfecta excusa para mantener su vida amorosa oculta sin el peso de la presión familiar siempre amenazante sobre su cabeza.
Si bien es una colección irregular, Ciudades vencidas demuestra que Miguel Sánchez Flores es un escritor con recursos, habilidad narrativa y, sobre todo, obsesiones muy personales y cosas que decir. Y eso en nuestra realidad es mucho. Esperamos que su novela La secta Pancho Fierro, ganadora del premio de la Cámara Peruana del Libro 2016, signifique confirmación y progreso de estas condiciones. La bola está en su cancha.
Puntuación
- Ciudades vencidas
- Animal de Invierno, 2016. 68 pp.
- Relación con el autor: ninguna
- Puntuación: 3.5/5
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