Después de dos poemarios bastante flojos –_Teoría de los cambios_ y Tratado sobre la yerbaluisa_– Enrique Verástegui ha regresado con su libro más logrado desde _Teorema del Yu, de 2004. Diario de viaje: Arequipa es un breve volumen híbrido donde poesía y bitácora se engarzan con habilidad e inteligencia, dejando así de lado –por fin– los inanes exhibicionismos y la retórica seudocientífica a los que ya nos tenía acostumbrados.
Este diario de viaje tiene como punto de partida una incursión del poeta a la Ciudad Blanca a mediados de 1982, con la excusa de un encargo laboral, pero que torna en exploración por la vida bohemia y cultural de la ciudad, así como en periplo en pos de conocimiento y de saciar “al terrible Dios de mi inspiración”. En sus pocas páginas, Verástegui reflexiona acerca de la soledad, el suicidio, el rock, la felicidad, el erotismo. Todas estas disquisiciones, inspiradas en sus experiencias entre las calles y habitaciones de “esa fascinante ciudad sureña” suelen concluir en sencillas verdades que son expresadas con un angustiado lirismo que les otorga una rara intensidad y belleza.
La segunda parte del libro es una más que digna serie de poemas cuya escritura fue animada por la aventura arequipeña del autor, y que establece diversas correspondencias con el diario que lo precede, concediéndole nuevos sentidos desde una sensualidad que es puerta para luminosas revelaciones emocionales: “y por esto yo he venido a traer una verdad –que está / entre ustedes y ustedes no la conocen– y cantaré / al poder de esta tierra, yo como un descendiente directo / de la maestría de las flores, vuelvo ahora con flores en / las manos / para amar a tu cuerpo ahora” (p. 36-37).
El espíritu de los ríos –séptimo poemario de Marco Martos en apenas cuatro años– es otra historia, y no de las felices. Es pasmoso contemplar cómo un poeta que décadas atrás escribió libros estimables degrada una obra con tanta insistencia y saña, publicando cada seis meses un nuevo conjunto de poemas generados con una terca impersonalidad y una lealtad al lugar común digna de mejor causa. El pretexto para empezar a escribirlos puede ser cualquiera: la China antigua, las divas de Hollywood, los animales del Perú.
Esta vez le tocó a la selva, y aparecen todos los clichés que uno pueda contabilizar al respecto en el largo centenar de textos que Martos nos ofrece. Pero el mayor problema de estos textos no son su obviedad y su pertinaz conservadurismo, sino que al leerlos constatamos una poesía intercambiable hasta lo caricatural, trabajada en base a comodines que se repiten con insólita frecuencia: “manantial cristalino” (p. 23), “manantiales escondidos” (p. 27), “escondidos manantiales” (p.28), “Nacemos en esos manantiales” (p. 45), “los manantiales y los ojos” (p. 48), “transparente en los manantiales” (p. 60), “manantial de única belleza” (p. 62); “tinieblas de la noche” (p. 25), “tinieblas de la luna nueva” (p. 34), “tinieblas de mi cuerpo” (p. 53), “agua de las tinieblas” (p. 77); “silencio de los pájaros” (p. 56), “canto de los pájaros” (p. 62), “te pareces a los pájaros” (p.65), “silbando como un pájaro” (p. 67) y así hasta el infinito. Marco Martos, involuntariamente, nos enseña lo que ya sabemos: que es preferible el silencio a la monotonía. Hago votos para que pronto repare en ello.
Valoración
- Diario de viaje: Arequipa.
- Cascahuesos, 2016. 55 p.
- Relación con el autor: ninguna.
- Puntuación: 3.5 estrellas de cinco posibles.
- El espíritu de los ríos.
- Caja negra, 2017. 114 pp.
- Relación con el autor: ninguna.
- Puntuación: 1 estrella de 5 posibles.
No se pierda la próxima Columna Vertebral sobre Demasiada responsabilidad, de Enrique Planas.
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